En los comentarios de un post de Blue, comenzaron por entender al tirador de Belgrano, para luego ser, hasta interpretes dueños de una empatía tal, que podía llevar a algunos a decir, que todos quisiéramos hacer lo que el hizo.

Una cosa es que se pueda entender cierta fobia y violencia social que se despierta en respuesta a la sociedad individualista, indiferente y competitiva, la que te expele y te lo refriega en la cara. La que te violenta y lo hace hasta que tu capacidad de sometimiento es superada por la sensación de no pertenecer. Ese placebo dulce que otorga el saberse ajeno a la manada. Esa liberación producto de no deberle nada a ellos, porque tampoco esperamos nada de ellos ya. Ni esperan de nosotros.

Lo que seguro no suponen, ni han de esperar (aún cuando los ejemplos sean repetidos hasta el hartazgo) es que aquel marginal al que se ve con indiferente ceguera. Aquel que ya no vemos, a decir verdad, reaparecerá para engendrarnos el horror. Nuestro pecado es su redención, en última instancia. Lo hemos salvado de la esclavitud , le quitamos las cadenas de la pertenencia, para reemplazarlas por las de la inexistencia. Ese residual -tal y como lo percibimos- será mañana un dolor de alma. Un dolor de huevos, o un baño de cristalina realidad.

Pero no es posible que entendamos realmente a ese ser, a menos de que nos dejemos llevar a esa instancia. Sabido, es que la psiquis de cada quien, reacciona en formas diversas a las de los otros seres. No sería bueno creer en un patrón normalizado de causa-consecuencia en el actuar social, a modo de salvaguardar a la misma de los posibles cambios "climáticos". Sería imposible, sin dudas, encontrar aquel mentado término medio. Aquella fabulosa moderación/atemperación del propio carácter, a través de la cual nadie concibiese posible salirse del beneficio que ser social aporta en detrimento de los peligros de la individualidad. Quizás fuere utópico ello, quizás podría ser caracterizado de estúpidamente infantil, onírico e impracticable. Pero creo que hay formas diferentes de llegar a ello. No por ser naturales al hombre, pero si partiendo desde su naturaleza de ser, condicionadamente, social. Ser tendiente a la supervivencia, y ser tendiente a la coexistencia ( nomás fuere por tornarse más productivo y obtener más beneficios que en su individualidad). Entonces si, actuando a conciencia, siendo garantes de la permanencia de la sociedad en cada accionar, podríamos sofocar aquel individualismo reinante que -disfrazado de "sociedad actual"- pudre las entrañas de la existencia, hasta volverlas dañinas para con ella.

Es posible que así, no debamos discutir sobre in-imputabilidad de los "inadaptados de siempre". Ellos son el producto de la exclusión, y como tales, no pueden ser juzgados por una sociedad que primeramente los haya expuesto a la intemperie. A la soledad más aberrante que es la de ser un diferente. Y peor aún, diferente según parámetros que llegado un punto, no llegan a vislumbrar. A reconocer. Y dirán que "aquí todos somos diferentes, y que ello no es problema", pero fácilmente podrán deshacerse de tal soberbia, si reconocen que seríamos todos diferentes, sólo en el plano de la condición inicial de igualdad que nos lo permitiera. Cuando ella no es tal, y las posibilidades son un mandato de tolerancia, dentro de un limitado campo de acción, entonces se torna selectiva. Sectaria. Paradójicamente coercitiva de la libertad que suele prometer.

No se trata de cohibirlos, no se soluciona oprimiendo a los expulsados, ni amontonándolos en los guetos penitenciarios. No alcanza con sumar más leyes, ni hacer legislación más exhaustiva. Ni siquiera con la vara de la justicia. A menos que ella fuera la reforma de las bases que nos aglutinan. El juicio que se erige en los marcos de la desigualdad, no es más que el error de confundir las causas con las consecuencias. Con simples preceptos de obligatoria humanidad, se cambiarían las causas reales. Con valores y leyes mínimas. Si la ampliación falaz de libertad e igualdad en términos cuantitativos, fuese reemplazada por la minúscula inclusión cualitativa (generando libertad e igualdad real para todos), la diferencia ya no sería un problema. Ni mucho menos un símbolo de posible agresión. La divergencia sería el resultante deseado de las propias elecciones, y no la fatal consecuencia de aquella coacción originaria. Allí la tolerancia sería un garante de mi propia libertad. Y el cumplimiento de las mínimas cláusulas del imaginario contrato social, el garante de la propia igualdad ante los otros. Allí la utopía, sería reemplazada con un pedazo de dignidad. Y las porciones que todos recibieran, serían suficientes para desarrollarse sin ningún resentimiento social.