Uno jamás entiende el tema de la libertad del todo. Nunca eh. Digo...uno puede llenarse la boca hablando de lo importante que es la libertad de circulación, de expresión, de culto, de credo, de asociación. Uno puede, incluso, hablar desde los teóricos, puede citar a Locke, a los defensores de las libertades individuales y de sus derechos.
Pero, lamentablemente, sólo entiende la verdadera libertad el día que lo secuestran y apuntan con un arma en la cabeza. El día en el que, por pirmera -ojalá única- vez, las acciones propias son meros reflejos de una voluntad ajena y la propia libertad es apuntada contra uno mismo. Sólo pulsiones guiadas por la enérgica y punzante voracidad con que el temor a perder la vida lo guían a uno.

La oscuridad no es la falta de luz, sino la falta de ojos. Cuando todo al rededor se deforma por la inacción, cuando la señora que pasea al perro o el portero del edificio de enfrente son, ambos, pequeñas escenografías de una pelicula que dirige un señor -en este caso cuatro señores- que se movilizan por el sólo deseo de atemorizarte, robarte, ultrajarte, violarte. El miedo puede doler mucho más que un golpe. Es más, no recuerdo esos golpes, pero sí la sensación de pérdida que me generaba el miedo calándome los huesos. Ese dolor agudo en el estómago y en los brazos. Esa opresión en el pecho y la tremenda -agotadoramente excesiva- fuerza que las palabras ejercían sobre mi incapacidad de pensar en otra cosa. Y la velocidad de los hechos es directamente proporcional con la lentitud en que uno los procesa en su cabeza.

Después de la adrenalina inicial, de los temblores y tartamudeos, viene la calma. Suena ridículo que exista esa calma, pero llega. Es una meseta entre la violencia del inicio y la violencia del final. Las violencias también pueden ser diferentes. En ese período en que los pensamientos oscilan entre la muerte, el dolor ajeno, el dolor propio, el blanco más blanco del mundo y el incesante y forzoso trabajo de elucubrar vias alternativas a las preguntas sin respuesta de unos sujetos que hasta hace escasos minutos atrás eran nadie. Individuos que en pocos minutos más volverán a ser nadie. ¿O serán horas? ¿O serán días? ¿Y si no aceptan mi idea de entrar a casa y darles plata para que me devuelvan la libertad?

La incertidumbre también puede ser dolorosa, mientras que el concepto de libertad sólo cobra un poco de cuerpo el día ese en que uno pierde la capacidad de ser director de su propia vida. Aún pasados algunos días, la imagen se repite como una película. A veces en blanco y negro. Y los finales alternativos no paran de pergeñarse en la propia fantasía. El miedo deja su huella, esa es la lección final.