En este contexto de abulia y marcado desinterés, la imagen del oficialismo permanece inalterable. No arriesga porque gana. Mientras que la oposición arriesga porque precisa del riesgo para revertir una situación extremadamente contraria a sus aspiraciones. Sin embargo, el riesgo conlleva dos posibilidades. Salir fortalecidos o auto exterminarse.

Con esa premisa los publicistas se devanan los sesos ideando campañas que capten la mayor cantidad de votos. Una pluralidad que, lógicamente, debe ocultar las ideas particulares que anulen los votos de los diferentes sectores. La necesidad de convocar a personas con múltiples y variados intereses, obliga a la realización de spots y campañas con la menor cantidad de ideas posibles. En esa des ideologización de la campaña, el resultado es el paraíso de la mercadotecnia.

Los especialistas en marketing y los geniecillos de la publicidad, conciben a los electores como un ilimitado mercado de consumidores ávidos de un producto que no necesitan, pero se ven obligados a comprar. Y allí van, moldeando candidatos – productos, que no satisfacen necesidades, que no garantizan satisfacción y que no se erigen como de primera necesidad, pero que sin embargo, son dibujados por la publicidad, cómo si en verdad lo fueran.

Se trata, sin lugar a dudas, del peor derrotero para las pasiones políticas y el mayor triunfo del pos modernismo consumista. Es la imposición del modelo Sprayette, que construye deseos indeseados, por sobre la elección del consumo que es guiado por la propia necesidad. Peor aún, es la imposición de ese modelo en un ámbito diferente al del mercado, pero que comienza comportarse con su misma racionalidad. La mercantilización de la política en su máxima expresión.