Bueno, en fin, en realidad es demasiado título pa no decir cuasi nada. Pero todos saben lo difícil que es juntar 10 tipos (promedio), para poder armar un fulbacho sin perecer en el intento.
Al mrgen de sortear las dificultades de alquiler (nunca coneguís la hora y el lugar deseado, sobre todo si llamás a media hora de empezar el match), están las bien ponderadas dificultades para motivar a los desinteresados. Siendo siempre estos últimos, los que definen si se juega o no, a falta de otros participantes. En fin, el tema es jodido, ser el organizador es un garrón, encima que te comés el fastidioso tedio de llamar a todos, convencerlos como si fuesen a jugar en el Azteca y con Diego al lado, por no menos que un cajón de birras (efecto multiplicador de la probabilidad motivacional). Como sieso fuese poco, te bancás el generalizado abucheo final cuando:
A) La cancha es mala (?)
b) Los equipos crecen de competitividad por que son malos o rengos.
c) Uno los deja colgados y se juega un 4 contra 5 penoso.

En fin, lo que sea, me da paja armar, pero propongo una fulba bloggera a pedido de un amigo llamado Faivel. Los interesados para el hipotético partido dejen condiciones, posición a ocupar, y si vendrían o no. Por cierto, los que viven de Chascomús para allá(?) abstenerse o pagarse el pasaje. Los que viven fuera de Baires directamnete no esisten (???), y fuera de Argentina, bueh, solo hay eco y vacío profundo.
Hablando casi en serio, quienes se prenderían?
(tengan en cuenta: no hay seguro médico, ni premios; asado negociable)




Los adioses y las despedidas dejan largas penas atragantadas. Dejan penas egoistas, dejan dolores de mejillas surcadas. Hacen de cada recuerdo un tesoro invaluable. Cosas que antes no eran tan importantes, o parecían cotidianas.
Es como cuando se cruzan en una esquina perdida, tu hoy y tu ayer, y charlando para ponerse al día, se dan cuenta de que no tienen casi nada en común. Y no solo eso, que no sería tan grave, sino que encima el viejo pasado, se horroriza ante las cuentas impagas del presente, y le dice a modo de orquestada reprimenda:
"Viejo, que me has hecho, yo que todo te lo he dado, y mira tu como me pagas".

Así como en las despedidas involuntarias, nos quedamos tristes, y con verguenza por eso. Como si alguien debiera rendirle cuentas a uno por irse, o uno mismo debiera rendirselas a si mismo, por haber cambiado. El tiempo corroe, modifica y moldea a su antojo, las relaciones entre las gentes, las relaciones con uno mismo. Pero uno es sutil colaborador, nadie puede ser inerte observador de los trastornos y las diferencias.
Por eso es egoista el viejo yo, por pedirme que lo honre, cuando no soy más que su resultado. Y es egoista pedirte que te quedes, cuando tu partida es lo que, yo mismo he generado. Pero no es malo ser causante de tu ida, ni causante de mi mutación.

Sonriendo y abrigando tus palabras, que no se llevará el viento, puedo decir qe no me traicioné, y que no te he traicionado. Y ser involuntario partícipe de las bifurcaciones, me deja el sabor amargo de ver que hemos crecido y hoy podemos soltarnos. Te suelto, asi como solté a mi pasado. Que alegría más triste, poder olvidar para siempre, sin dejar de recordarnos.

*Para una Gitana que nos deja un legado de palabras desnudas y desvergonzadas.




No era un hombre feliz. Pero no era precisamente un sufrido. No detestaba su vida, pero tampoco le llenaba de plenitud. No hacía nada para cambiarla, pero tampoco anhelaba un cambio. Sin embargo fantaseaba a menudo con historias indefinidas, de vidas diferentes, de paralelismos. Con aristas punzantes, que urgieran de deseos a los nuevos personajes de ese cuento imaginario. No por ser ambicioso, menos que menos un arrogante intentando de dominar su existencia, pero y qué? y qué si una vez en sus cuarenta y tantos años, dejaba de ser un simple resultado de la inercia, y jugaba una mano con las cartas recibidas, pero sobre todo, con una estrategia de juego?

No diseñó tal ardid. Ni fue artero su intencionado obrar. No detalló una seguidilla de situaciones concatendas que llevasen a su nueva vida un final premeditado. Simplemente, decidió vivir y no más, ser vivido por el tiempo. Ese tiempo que pasaba, que hilaba segundo tras segundo, que hilvanaba escenografías y escenas mal actuadas. O mal interpretadas. Vivir es una decisión, no un derecho, no una cuestión de facto. Y el había decidio ver que sucedía, si ensuciase sus pulcros y baratos zapatos de segunda mano, de zapatería de Callao al medio día. Si mojase hasta sus medias de lana, en el fango de los sentimientos.

Vieran como dos puerquitos se revuelcan en el tibio lodo del amor propio. Vieran como se gozan, se sienten, se dan placer mutuamente, ocupándose realmente de su propio placer, y no del ajeno. Pero vieran como cambia la actitud que parece ser tan solo un reflejo instintivo, cuando uno de los dos animalitos, vierte sobre el otro, un poco de cariño. Del real, de la estima por el otro, del respeto entreverado con la admiración, del deseo satisfecho. Del desear satisfacer al otro. Vieran como dos ojos sellados por la supuesta confianza, real imposibilidad de mirar al otro, se abren de par en par. Para brillar y ser brillantes que reluzcan ante el lucimiento de una empatía desconocida.

Ambos eran participes de un mismo momento. Uno que lo generaba, el otro era espectador involuntario. Los dos eran beneficiarios de un mismo hecho, que no tenía verdadero punto de origen. Que no tenía un
camino a seguir; ni, mucho menos, una llegada. Y lo recorrieron juntos, en un pacto tácito que les representaba un enorme desafío, enorme por desconcido, enorme por los miedos y las posibles desventuras. Ella no comprendía nada ya, mas no quería hacerlo. Él tomó el mando de sus actos, paradójicamente más impulsivos que antes. Poco a poco los actos, pero los verdaderos actos reflejos, se apoderaron de él. Y ya no esos reprimidos instintos impregnados de su ética y moral, se su miedo y su inconsciente, de tanta basura psicológica y tanto residuo omnipresente.

Algo cambiaba súbitamente, pero qué? No era tiempo de averiguarlo, eran tiempos de vapor y húmedas caricias. Eran tiempos de cuerpos bailando al compás de un suspiro uniforme, conjunto. Era un baile de a dos y ella, ya no bailaba sola. El sol los sorprendió en plena danza. Amanecían juntos, y ella soreía. Sonreía por la compañía, no sufría su dependencia. No añoraba su independencia.



Dedicado a mi y a todo aquel que alguna vez perdió el miedo a lo nuevo, al desafío de poder ser uno, siendo dos y sin dejar de ser uno. Y no morir en el intento, o abandonar antes de intentarlo.




Sus miercoles eran apáticos. Como todo lunes para un ser normal. Normal, aquel que entra dentro de la norma. Una norma, muchas veces, o siempre, injusta. Errática, miope y totalitaria, pero aún así, parámetro. E aquí lo que decía, ella salía de lo normal.

Amanecía sola, tan sola como siempre solía amanecer. Pero en una soledad mucho más profunda. En la calma después de cada tormenta, se haya perpetrado el bajo más bajo que pueda existir. Y sonreía. Sonreía con pulcritud, con ironía, con sarcasmo, o peor aún, sonreía sin enterarse de su pateticismo. Abrió la cortina, iluminó su solitaria habitación, y percibió en la tímida luz del sol, el calor que le había hecho falta la noche anterior. Fue un pequeño ardor en el parpado derecho, cosquilleó sus pomulos y rodó por sus mejillas, pero para cuando debía saltar de su mentón y quemarle el pecho, murió. Y siguió feliz y sola. Sola y feliz.

Bailó con la escalera, luego con la acera. Se deslizó con suavidad, pasando desapercibida. Recorrió las 6 cuadras que la separaban del trabajo, en silencio. Al fin y al cabo iba sola, y no tenía sentido hablarle al vacío. Claro que ella no reparaba en estos detalles, tampoco había mucho por decir. Si acaso tuviera o tuviese compañía alguna, no sabría como actuar. No estaba preparada para mantener conversaciones espontáneas. Toda su capacidad de desacartonar, había ido a parar al tacho. Al mismo tacho que guardó para siempre su libreta de estudiante universitaria, el mismo día que aceptó trabajar a destajo por un sueldo que la "independizara".

Que linda palabra. Independencia. Desde sus primeros años de enseñanza, no había pensado en ella. Y se veía a ella luchando contra los españoles. Y al sueldo mugroso, lo veía como al gran libertador. Pero los años le mostraban, aunque ella seguía sin verlo, que su independencia era ficticia. Que dependía de las cuentas a pagar, de las modas y los alquileres, de los no hombres y de las no mujeres de su vida. Que era una mujer independiente?, puta madre si lo era! Tan libre, tan suelta. Tan oprimida, atada. Tan sola. Tan ciega.




Como cada martes se dieron cita en el bar de Sandokan y Paraguay. Habían ido allí desde aquella primera vez casual. Ella, elegante y callejera, medio puta, medio bohemia. El, insecto urbano de trajes sucios y arapientos, de trabajos de medio tiempo en microcentro y aledaños. Dos personajes más en esta europeísima américa perdida. Típicos y comunes, arrogantes en su salsa, bañando de desprecio a cada cartonero, mesero o chico de malabares. De medio pelo en todo sentido, de cortas apreciaciones, de sesgadísimas inteligencias.

Comieron sin mirarse a los ojos, no encontraban el camino. Ese ritual de ensalada verde en verano y estofado "casero" en invierno, era su máxima aspiración conjunta. No soñaban con mañanas eternizadas, ni atardeceres de naranjas y purpuras cálidos. No con hijos, ni mascotas, ni lazos. No con anillos, no con vestidos, no con familias, ni autos usados. Si el conformismo cobrara forma humana, de seguro tendría la rechoncha cara de él, y la jorobada y delgadísima imagen de ella. Olería a naftalina, como los bolsillos del caballero. Y tendría esa mirada agonizante de la damisela.

Sin embargo se pensaban felices. Se desdibujaban sus contornos en un sudor mugriento. En la colonia barata que su sueldo pagaba sangrando. En las colchas floreadas de un hotel de mala muerte. No necesitaban más que eso, ni siquiera las caricias simuladas que habían desaparecido con el tiempo y la confianza. Como bestias inhumanas que saciaban su lascivo instinto. Una vez consumado el acto, corrían a su refugio de soledad. Y no volvían a contactar con humanos hasta el martes siguiente. Que seguros se sentían, ocultos tras su altanera indiferencia.




Eterno resplandor de una mente sin recuerdos

Estimado Toro:

No es sólo por estar muy atareado, que de hecho lo estoy, que respondo con tanto retraso. No es de inocente, ni de guacho hijo de un vagón repleto de putas. Pero lo que necesitabas era tiempo.
Tiempo, pero tiempo no enjaulado, cual osías el osito en mameluco. Liberarte de esas viejas ataduras que no dolían, pero te mantenían ocupado.

Pecabas de soberbio al tentarme con perdones. Me absolviste de un crimen que no cometí, aunque una fiesta con Diegote (bypasseado gastricamente ytodo, no es poca tentación. Pero aún así, no me ofendiste con eso. Tu desesperación era visible, y tu invisible orgullo yacía moribundo. No podías encontrarme, pero me buscabas. Querías desterrarme y sin embargo me añorabas. No te culpo por las nubes, ni las dudas insurrectas, mas deseaba escribirte cuando tuvieses certezas. El trato era maltrato, sino me dejabas ayudarte.

No creas que no me gustaban tus ofrendas, de muñecos y figuras. Pero no se trataba de sobornos y actos de sacrificio, tan solo que comprendieras que esos ya me pertenecían, y yo te pertenecía a vos.
Sujeto a tus necesidades, atado a tus oscilaciones, listo para ser llamado cuando el dolor se hiciera tolerable. El color de unos ojos que yo no me robaba, pero mantenía lejos donde no pudieran encandilarte. Y a cambio te llenaba con sonrisas de goles y juegos.

Y quedate piola gurrumín insolente, no me llevé las camisolas, ni los aniñados primeros pasos. No hizo falta que te aceptara nada a cambio de eso. Eso que siempre será tuyo, mío, nuestro. Somos uno, vos y yo. O mejor dicho, vos sos uno, y yo parte de ese. Indivisible parte, aunque a veces juegue roles que no me pertenecen. Me otorgaste atributos que no me correspodían, y así enfocaste tus penas en un blanco lejano. Eso fue una decisión coherente, y me alegre con tu llanto.

Tu gataflorismo era la consecuencia, no la causa. No estabas llenando lugares nuevos, descubriendo rincones que no habías sabido ver. Lo que antes llenaba tu capacidad, ahora era un pequeño dolor en un costado del pecho. No era un pedito atravesado, no era resaca de cerveza. Y ahí estaba yo cuidando cada recuerdo, ubicando en su sitio a cada memoria. Y funcionó a la perfección loco lindo!, si hasta pudiste llenarte de nuevo, no creas que no te estoy vigilando!

Al futuro no le temas, con sus indescifrabes paradojas, con todas las incertidumbres y su aspeto raro, no es más que aquello que hoy estás fabricando. Por eso no lo mires venir, que sabe llegar solo. Pero dedicá cada segundo de tu tiempo en venir al bar, al Presente, porque acá se juega en serio. Voy a estar para cuando necesites hechar mano de las experiencias, de una lágrima o sonrisa prestada de otros tiempos, pero siempre dejando en claro que otros tiempos no rigen ahora. Y cuando te decidas a venir, traela, con su sonrisa chueca y su olor a vainilla. Con las manitas blancas y esa mirada que desafía a los más tenaces soñadores, a dejar de soñar. Quiero conocerla, juntar todo de ella. Resguardarlo en mis gavetas, mientras ustedes vivazmente lo acrecentan en el presente y forjan el camino para que el futuro llegue a él. Descubramos un nuevo para siempre, descubrilo hoy.
Atte. El Pasado> Toro