Las manos que no acarician, el aire que no se respira y el silencio que se hace oír.
Ojos que no ven, corazón que no siente. La excepción a la regla.

A un año de la desaparición de Jorge Julio Lopez, el sentimiento late bien fuerte. Golpea.
Un pueblo que olvida es un pueblo que repite errores. Un pueblo que no tiene memoria jamás podrá reconciliarse con su pasado. Un humano que desaparece es una humanidad que se desangra. La miseria no es de unos pocos y los desaparecidos no son un fantasma que nos gobierna desde el ayer, son nuestro hoy.

Cuando uno calla es cómplice de los que hablan. Durate años desaparecieron gente en silencio, sistemáticamente y sin "levantar sospecha". Hace un año desaparecieron a un hombre en democracia, fue un grito bien fuerte para que todos enmudecieran de miedo. Para que todos callaran.

Los medios callan y los funcionarios se jactan de derechos y humanos. Bla bla y más bla. No se puede silenciar el llanto de los que ya no están, porque toda herida, abierta o cerrada, deja una cicatriz que nos recuerda el dolor. Si unos gritaron, otros callan y algunos blasfeman, es hora de que los que aún tenemos voz nos hagamos oír.