Lento y pausado, el andar es siempre el mismo. No se aminora la marcha si es constante el caminar. Corren los que huyen, corren los que tienen prisa. Corren aún sin saber a donde van.
Pero sólo caminan aquellos que saben apreciar, lo que a cada paso dejan atrás. Los que en cada pequeño avance, observan lo que los sobreviene, con el ímpetu severo de quien anda su propio camino.

La vida transcurre entre aflicciones ajenas. Coexistiendo con el recuerdo de los que fueron, con la imagen creada de los que vendrán. Somos seres atemporales, aunque nos atemos al concepto de tiempo para encontrar una lógica existencial. Nos persigue la lección pasada, y nos apura el ejemplo a futuro. El presente no es efímero, simplemente es un paisaje difuso que no intentamos descifrar.

Podremos buscar la fórmula mágica, la solución acabada, la receta de sabiduría. Podremos, aún incluso, retroceder en nombre del progreso. La paradoja más dulce, abre -abrió y abrirá- las brechas más amargas. Y entonces podremos con todo eso, y podremos mucho más también. Pero jamás podremos con nosotros mismos, porque ya no sabremos quienes somos. Llegarán los tiempos concebidos en las quimeras más añoradas, llegarán...y no serán, lo que creimos serían.

Correr y mirar hacia atrás, son acciones físicamente incompatibles. Poéticamente inverosímiles. Las enseñanzas del pasado, se aprenden en la práctica presente. Las creaciones futuras, se moldean en el actuar cotidiano. Y aún con esas certezas-quizás las únicas a priori-, nos olvidamos de dar cada paso. Caminar junto con el que esté a nuestro lado. Lo más simple, suele ser lo más complejo. Y aquello que nos atormenta con su complejidad, conlleva en sí, la antítesis más simple. Y la síntesis resultante, tan sólo es aquello que hace tiempo olvidamos, o que nunca supimos ver. La vida. La vida misma, que sonríe con apatía, a la espera de que alguien se detenga en ella.