Por las noches pienso en vos. Aún sin conocerte, sin saber como serás. No puedo, siquiera, tener una remota figuración de como han de ser tus ojos. Pero sé perfectamente la forma en que habrán de mirarme. No tendrán color definido, ni profundidad transparente. No serán los cristales que reflejen mi decepción, ni las agujas que punzen mi sin razón. O si, no lo sé.

No imagino tu cuello, ni tu rostro y su periferia. No huele como el jazmín tu pelo, ni se deshacen en mis manos tus gemidos más silenciosos. No tienes nombre, no tengo voz para nombrarte, ni vocación de creador. No se deslizan mis manos por la curvatura de tus hombros, no saben jugar sosteniendo tus pechos simpáticos que me miran avergonzados. Tímidos. No sé si sean ellos o sea yo, pero no imagino mis labios recorriendo tu vientre al compás de tu respiración. Más lenta, más rápida, luego entrecortada. Y sin embargo, puedo sentir el calor de tu cuerpo al fundirse con el mío.

Tus manos tan suaves. Tan pálidas en sus palmas, tan cálidas con sus calmas. O tan rugosas y siniestras. No sé de su textura, pero sé de sus caricias. No sé su tamaño, pero puedo sentir con exactitud la fuerza con la que protegen mis deseos. Como los satisfacen en cada pequeño roce, con mi goce más puro. No las veo luego aquietarse cuando mis dedos flirtean con tus caderas. Ni concibo la forma en que deliran tus contornos cuando los disuelvo entre mis caricias. Las líneas más finas se tornan espesas, se ensanchan entre mi pecho los restos de tu no existencia. Se anudan a mi cuerpo tus piernas, me abrazan -paradójicamente- mientras tus brazos me alejan.

Aún sin conocerte, sin saber como serás...por las noches pienso en vos.