Desde que el hombre es hombre, y la mujer perra, nos venimos preguntando el por qué del enamoramiento. Onda, ¿qué me enamora?, ¿Por qué me enamoré? ó ¿Qué le vi a fulana de tal?( siempre quise decir eso ).
Lo voy a dejar agendado acá, para no olvidarlo(?):

Si me enamoro esta vez, estoy seguro que la culpa la tiene ella por no reconocer la diferencia entre pecas y lunares. No, no es que me enamoré, ni que piense hacerlo, no sé si pase, no está previsto ni estudiado, pero...digo, a ver...
¿Cómo hacés para no enamorarte de alguien que no distingue pecas de lunares? Eso resume todo, posta.

En unos años, cuando llore y le dedique un blog como este, haganme acordar de esto. Razones hay, lo que falta es correlación temporal.




¿Por qué nos encontramos jugueteando con el pasado como si fuese un fetiche?
¿Es por las fiestas y su dicotómico -y paradójico- espíritu de felicidad/angustia exacerbado?
¿O somos nosotros que nos dejamos engañar por la superación inexistente?
¿Cuántas veces son "suficientes veces" en cuestiones de olvido y adios?

Las preguntas giran durante largos minutos. Son segundos que se van acumulando como pequeños alfileres, pequeñas puntas y filos que van punzando mi cordura. Espiral de dudas y dolores, de angustias y restos de alguna botella de más. Vestigios del alcohol que se pierde entre las lágrimas. Y su mezcla no deja de ser un raro licor. Amargo, pero terriblemente embriagador.

La capacidad que tuviese de mantenerte alejada, era directamente proporcional con tu ausencia . Cuando invertimos las matemáticas, no sé voltear la vista a tu mirada. Ni multiplicar el olvido, ni dividir los recuerdos. No hay clasificación posible, no los hay buenos y malos, necesarios y olvidables, sólo esa aglomeración dolorosa de un todo que ya no es. Tu amor era un número primo, y solo supo dividirse por uno y por sí mismo. Y te lo llevaste todo. Y ya no sé si es el vino ó soy yo, pero es una suma que siempre acaba en números rojos.

La claridad viene con el sueño, y cuando abro los ojos y los tuyos ya no me miran, sonrío. Sonrío con la felicidad de no recordar tu nombre, con la insensatez de quien no teme salir lastimado. O quien jamás conociera el amor (el dolor). Con la dulce e implacable bondad del olvido. Con la complicidad de tu ausencia, como si no volviera a suceder en un mes, en dos o, quizás, tres. Y son otros ojos los que me miran. Y yo los miro y me pregunto (les pregunto), ¿cuánto le falta a esos ojos para hacerme llorar?




Como el mar que ha de llegar a la orilla, que ha de llegar a más mar, que ha de llegar a otra orilla, que ha de salir a un nuevo mar que ha de caerse del mundo.

Como el final que es después del principio, pero que solo ha de poder llegar si se pasa previamente por el nudo. No hay finales sin principios, no hay nudos sin principios y -sobre todo- no hay principios sin principios.

Como vos. Principio y final. Nudo imposible de desatar.

Como el héroe que atraviesa las páginas de aquella épica novela. Como el fiel se limita a dejarse guiar por aquello que (des)conoce como destino. Como el artista que no hace más que seguir su instinto (al que ha de llamar "su inspiración").

Como el adicto que tan solo responde a sus necesidades. Como el moribundo que se niega a morir. Como el bebe que se niega a nacer.

Como yo que en la huida segura, como yo me tropiezo inexorablemente con la magnífica redondez de tu pecho izquierdo.




-¿Sabés qué Santibañez? Yo siempre creí que en el momento de tu muerte, se te pasaba toda la vida como una película en blanco y negro por delante de los ojos.

-¿Por delante?

-Bueno, por delante, o por detrás. Pero lo que es seguro es que era tu existencia. Así de mayúsculo el tema. Y se veía fragmentada, como una película muy pixelada o de mala calidad. Y es cuadro por cuadro en cámara lenta, rápida, lenta, rápida. Al final parece una mezcla de película cómica con tragedia.

-Una tragicomedia de tu vida en fílmico segmentado. Interesante sería. Pero decime, ¿por qué en blanco y negro?

-Qué se yo, son creencias. Se me figuraba así, supongo que uno cuando imagina, cree o lo que fuere, necesita darle cierta imagen o forma a eso que es objeto de su creencia, ¿no?

-No sé. Puede que sí. En fin, decías...

-Nada, eso. Creí siempre en esa forma de morir. Estaba seguro de que no me moría sin ver eso antes. De cierta forma era como un blindaje, una garantía de que no debía sentir temor en determinadas situaciones. Digo, si no ves tu vida en un segundo, no estás muriendo.

-Interesante, insisto. Pero...¿Y si te morís sin eso? Digo, ¿si era una imaginación falaz, una creencia infundada, un desvarío sin razón, etcétera? Capaz te perdías de sentir lo que realmente se siente cuando se muere, a la espera de eso que no pasa y esperabas que sucediera. Una muerte incompleta, una muerte infructuosa, qué esperanza!

-Si, supongo que hubiese sido el final de una intrascendente vida, y sin siquiera notarlo. Aunque también hubiera tenido el beneplácito de no sufrir. No se puede sufrir por morir si ni siquiera se sabe que se está muriendo. Es una linda manera de morirse Santibañez, levantarte e ir al baño, caminar hasta el laburo, sentarte en la silla, trabajar en forma autómata, volver a casa en subte, leer el diario en el baño, la ducha antes de la cena, la cena en soledad, la soledad antes de dormir, la película del canal estatal (o algún VHS que ya haya visto, sabés que odio lo impredecible), medio alplax, 1/4 de copa de malbec san juanino, y morir. Es un buen día, si lo mirás en perspectiva.

-¿Desde la perspectiva del suicida o desde la perspectiva del depresivo? ¿O de un depresivo con tendencias suicidas?

-No exageres tampoco, ¿por qué lo decís? Al otro día te velan hasta mediodía y después,¡a mejor vida!, y si te he visto no me acuerdo.

-Lo digo porque todo el día fue la muerte. Vos decís livianamente, "y morir", como si tal cosa no hubiese sucedido primero en la sucesión de una rutina aplastante, che.

-Bueno, fue un ejemplo Santibañez, además cada uno vive como quiere, y cada cual muere como puede. Igual no me preocupa en demasía, yo sin la visión que te decía, no me muero.

-¿Por qué te gustaría tanto verla? Suponiendo que "gustar" sea el término correcto, ponele, ¿De qué te serviría ver eso antes de morir?

-De nada. Calculo que a esa altura todo estará dicho, todo hecho, todo finiquitado y yo con un torro de la hostia. Pero en algún recóndito e inexplicable paraje de mi morbo interno, creo que así sabría que estuve vivo. Si no lo veo, jamás sabré si estuve vivo, si lo estoy siquiera. Y me la pasé toda la vida (ahora no sé si no era la muerte) pensando en morir dignamente. Merezco la dignidad de saberme vivo, o de saberme muerto. O de saber, solo eso.

-Saber no cambia nada. Yo no sé, y me dedico a vivir. Lo que te pasa a vos no es que te asuste estar muerto sin saberlo. A vos lo que te aterra es estar vivo, por eso vivís como muerto, en la inercia absoluta, sumido en la monotonía superficial del cuasi muerto, del cuasi vivo. No sos, pero tampoco dejás de ser. Ser y no ser al mismo tiempo, soberbia pura Santibañez eh!

-Interesante.

*El título lo puede entender solo una persona. Grosso (?)




Son cuatro. Son dos y medio, pero simulan ser cuatro. No se explica bien, porque la explicación es en efecto eso que buscamos como método. Como respuesta pragmática a la constante inacción. Un poco eso, un poco esto. Y al final, seguramente quede resuelta cierta insatisfacción mediana. Digo, pienso, callo. No hay momento más sublime, ni ausencia más evidente. No sé bien, si es que faltás vos o que falto yo, quizás jamás estuve, porque esa forma dulce, o agridulce, de tenernos era una mera extrapolación de vidas. La mía y la tuya, pero a la vez la de dos entes ajenos a nosotros mismos. Eramos lo que debíamos ser, eramos y no eramos. Somos y no somos.

De pronto el lenguaje que conocemos es una gutural yuxtaposición de simbologías poco desenvueltas. De pronto no sabemos lo que decimos, ni sabemos oír lo que nuestros labios emanan. Somos cuatro, decía. Somos dos ahora. Ni medio, ni más, ni menos. Acaso es posible ser lo que no se quiere ser...ser lo que quisieran que fuéramos. Pero quién quiere. es improbable reconocernos por fuera de la imaginación ajena, incluso poco probable que sepamos distinguirnos entre la mugre. Entre la mansa muchedumbre. Mansedumbre.

Síntesis de palabras, síntesis de vidas. Comunión de sensaciones, porque eso es lo que somos y seremos, simples, efímeros...sensaciones. ¿Y ella? Ella mira, mira mucho, perpleja, o quizás indiferente. Mira porque hay que mirar, HAY QUE, mandato divino del reglamento de las sacrosantas relaciones. What the hell, what the fuck!?¿
Pasaron dos horas, o pasaran tres o cuatro, peor no hay ningún resquicio de olvido. Es y fue, fue, es, será. No buscar más allá del sol, el sol -ni siquiera sé si exista- es aquello que ponemos en el horizonte. En nuestro horizonte está el sol, claro! Pero en cada horizonte hay un nuevo sol, y en cada uno hay un nuevo horizonte. Solo abrir los ojos. Solo dejar de ver.




En los comentarios de un post de Blue, comenzaron por entender al tirador de Belgrano, para luego ser, hasta interpretes dueños de una empatía tal, que podía llevar a algunos a decir, que todos quisiéramos hacer lo que el hizo.

Una cosa es que se pueda entender cierta fobia y violencia social que se despierta en respuesta a la sociedad individualista, indiferente y competitiva, la que te expele y te lo refriega en la cara. La que te violenta y lo hace hasta que tu capacidad de sometimiento es superada por la sensación de no pertenecer. Ese placebo dulce que otorga el saberse ajeno a la manada. Esa liberación producto de no deberle nada a ellos, porque tampoco esperamos nada de ellos ya. Ni esperan de nosotros.

Lo que seguro no suponen, ni han de esperar (aún cuando los ejemplos sean repetidos hasta el hartazgo) es que aquel marginal al que se ve con indiferente ceguera. Aquel que ya no vemos, a decir verdad, reaparecerá para engendrarnos el horror. Nuestro pecado es su redención, en última instancia. Lo hemos salvado de la esclavitud , le quitamos las cadenas de la pertenencia, para reemplazarlas por las de la inexistencia. Ese residual -tal y como lo percibimos- será mañana un dolor de alma. Un dolor de huevos, o un baño de cristalina realidad.

Pero no es posible que entendamos realmente a ese ser, a menos de que nos dejemos llevar a esa instancia. Sabido, es que la psiquis de cada quien, reacciona en formas diversas a las de los otros seres. No sería bueno creer en un patrón normalizado de causa-consecuencia en el actuar social, a modo de salvaguardar a la misma de los posibles cambios "climáticos". Sería imposible, sin dudas, encontrar aquel mentado término medio. Aquella fabulosa moderación/atemperación del propio carácter, a través de la cual nadie concibiese posible salirse del beneficio que ser social aporta en detrimento de los peligros de la individualidad. Quizás fuere utópico ello, quizás podría ser caracterizado de estúpidamente infantil, onírico e impracticable. Pero creo que hay formas diferentes de llegar a ello. No por ser naturales al hombre, pero si partiendo desde su naturaleza de ser, condicionadamente, social. Ser tendiente a la supervivencia, y ser tendiente a la coexistencia ( nomás fuere por tornarse más productivo y obtener más beneficios que en su individualidad). Entonces si, actuando a conciencia, siendo garantes de la permanencia de la sociedad en cada accionar, podríamos sofocar aquel individualismo reinante que -disfrazado de "sociedad actual"- pudre las entrañas de la existencia, hasta volverlas dañinas para con ella.

Es posible que así, no debamos discutir sobre in-imputabilidad de los "inadaptados de siempre". Ellos son el producto de la exclusión, y como tales, no pueden ser juzgados por una sociedad que primeramente los haya expuesto a la intemperie. A la soledad más aberrante que es la de ser un diferente. Y peor aún, diferente según parámetros que llegado un punto, no llegan a vislumbrar. A reconocer. Y dirán que "aquí todos somos diferentes, y que ello no es problema", pero fácilmente podrán deshacerse de tal soberbia, si reconocen que seríamos todos diferentes, sólo en el plano de la condición inicial de igualdad que nos lo permitiera. Cuando ella no es tal, y las posibilidades son un mandato de tolerancia, dentro de un limitado campo de acción, entonces se torna selectiva. Sectaria. Paradójicamente coercitiva de la libertad que suele prometer.

No se trata de cohibirlos, no se soluciona oprimiendo a los expulsados, ni amontonándolos en los guetos penitenciarios. No alcanza con sumar más leyes, ni hacer legislación más exhaustiva. Ni siquiera con la vara de la justicia. A menos que ella fuera la reforma de las bases que nos aglutinan. El juicio que se erige en los marcos de la desigualdad, no es más que el error de confundir las causas con las consecuencias. Con simples preceptos de obligatoria humanidad, se cambiarían las causas reales. Con valores y leyes mínimas. Si la ampliación falaz de libertad e igualdad en términos cuantitativos, fuese reemplazada por la minúscula inclusión cualitativa (generando libertad e igualdad real para todos), la diferencia ya no sería un problema. Ni mucho menos un símbolo de posible agresión. La divergencia sería el resultante deseado de las propias elecciones, y no la fatal consecuencia de aquella coacción originaria. Allí la tolerancia sería un garante de mi propia libertad. Y el cumplimiento de las mínimas cláusulas del imaginario contrato social, el garante de la propia igualdad ante los otros. Allí la utopía, sería reemplazada con un pedazo de dignidad. Y las porciones que todos recibieran, serían suficientes para desarrollarse sin ningún resentimiento social.