Uno lucha contra su propia neurosis. Trata de dominar los impulsos que parecieran llevarlo a enemistarse con un prójimo. Con un distinto. Con un otro. Un no yo.

Predica toda su vida, por una igualdad utópica. Sabe, o parece saber, que las diferencias son insalvables. Aún así, sueña. Bien fuerte sueña. Cree que hay algo que vale la pena. Por supuesto, no conoce ese algo.

El trueno hiere la música. Rajan la tierra, las miserias artificiales que procrea la naturaleza humana. El fuego todo congela. El hielo, caliente, quema.

Llora lágrimas impotentes, que corroen su inocencia. Surca su cara la muerte. Tras la cortina de llanto, cae una llovizna tenue. Gotas de sangre que mojan sus labios. Tus labios.

Jamas concilia el sueño ahora. Se hace llamar realista y degolla utopías. Nada vale la pena, suele repetir. Parece conocer, se jacta de ello. Con desdén aristocrático, e indiferencia arrogante.

Mandamás, y soberano. Soberbio. Fabrica los truenos, engendra las ruinas. Bebe la sangre, que vierten en su copa de cirstal. Vuelve a llorar impotente. Y niega la realidad, se convierte en paradoja de si mismo.

Nadie lo sabe. O nadie lo quiere ver...¿Lo podrán ver?
La sangre y las lágrimas, saben igual, en ambos lados de una frontera.