Camino por los pasillos de la humanidad. Qué oscuros son los huecos donde queda sujeto el amor por el otro. Qué pequeños. Las luces de Corrientes son testigo de la sátira a la que hemos quedado reducidos como conjunto. Avanzo lento entre decenas de hormigas implacables. Abarcan todo y no llenan nada.

Cuatro cabezas emergen del fango. Cuatro cabezas, con sus cuatro caritas. Se arrastran por el piso, buscando entre nuestra escoria los que serán sus bienes de lujo. Perdón! Buscan entre nuestras miserias, los que serán ,apenas, sus bienes más básicos. Noventa y cinco centimetros o un metro veinte. No mucho más.

Doblo mis rodillas, como doblo mi realidad para verlos. Espero ver lágrimas de tierra, imagino sus caras ajadas al compás de sueños deshechos. Hubiese sido más fácil, infinitamente más sencillo, ver su dolor. Sentir dolor, oler dolor, palparlo y al fin llorarlo. Pero no.

Resignación, sonrisas, resignación. Combinados los reflejos de su espontaneidad, lastiman más que cualquier tristeza. No miran, hablan por los ojos. Rebota en su amor propio, la idea de ser iguales. Pero ideas, amor y orgullo, no saben que es la hora de la cena. Rebota en sus estómagos el vacío del hambre. El vacío del hombre.