Descendió por la escalera con paso cancino. Levitaba ella y levitaban sus espectadores. Hombros altaneros, figura erguida y pecho inflado. El cotoneo de sus piernas era la atracción principal, su piel blanca detrás del terciopelo azulado. El crujir de los escalones hacía las veces de banda sonora.

Suspiró con fuerza y sin ganas. Con la inhalacion rutinaria y la exhalación exaltada. Los ojos clavados en el escote ceñido, que resaltaba la redondez de los pechos. Luego los muslos, iban y venían, histerizando el precioso andar. La luminosidad de aquel rostro, opacando al brillo deslucido de la baranda de bronce. Los ojos brillantes dilatando sus pupilas. Y una corriente eléctrica erizándole cada vello de su entumecido cuerpo.

Los brazos se estiraron, oprimiendo a la distancia. El vacío se enfrentó con la muralla de la unión, y perdió. Una respiración única, un gemido que se alternó con dos suspiros entrecortados. Cuatro gotas que rodaron por sus vientres, y un último grito. No supo si era suyo o había sido de ella, pero el éxtasis lo emborrachó y cuando recobró el sentido, yacía moribundo a su lado, cubriéndola de vida.