Hace tiempo que la marea no baja. No cesa el ir y venir de las olas inmensas. Esas aguas turbias, invasoras silenciosas que perforan mi conciencia. Miedos, retrasos, progresos que no me ánimo a celebrar.
Me aferro al sueño apesadumbrado de un pasado reseco, lo tomo como amuleto, me cubre, me escuda ante la posibilidad de sentir nuevamente.

Me hundo en la intrsopección. Escapan las últimas bocanadas de un aire que oxida, aún sin oxigenar. Burbujeantes emergen para mantenerme vivo, pero me vuelo, me vuelco. Profundo, banal, insensible y apático. Dejar de sentir, dejar de vibrar, o mejor aún, llorar un espectro que desvaneciose en horas apagadas con el pasar de un reloj devorador. De fogosas pasiones que envolvían la historia, recubriendo una realidad que parecía olvidada.

Ahh bendita sea la negación, el apego a lo ficticio. Bendita liberación de tormentosas sensaciones. Y el hielo se hace carne, torrente gélido, liviandad. Y un apagón forzado. Un beso de bienvenida a la realidad, y la pregunta inevitable. El olvido que se olvida y el presente que avasalla. Y lavida que me golpea bajo, me obliga a vivirla, ansiosa, pide a gritos. Y cedo ante ella. Me dejo ir y venir. Me desando en el camino más llevadero y a la vez el más arriesgado. El sentir. El involucrarse, el ser penetrado por la violencia de un rayo insurrecto de humanidad.

Y en vos pienso lamer cada herida, en vos corromper mi hibernal estado. Derretir las ampollas de aquella cristalina inexistencia. Pienso hacerlo y repetirlo eternamente, y enorgullecerme de mis avances y caminos tomados. Y que cada dolor sea vivido con orgullo y afrontado con la sonrisa de quien se sabe relizado aún en su derrota. Y más aún a sabiendas de que las derrotas serán cíclicas pero no eternas, que en cada giro estará repitiéndose al menos una vez el beso en el segundero, ese que quitó la cascara mascara de la no sensorialidad.