El olvido se pega a mi paladar. Lo envuelve como supe envolverme en tu vientre. Donde han quedado los acaudalados ríos de fluida pasión? Donde aquellos sabores olvidados en un recuerdo de madera?
Quizás sea hora de traerlos a mi, quizás el momento de beberte otra vez. De sorber tus cabellos dorados y dejar de fruncir el miedo a quererte querer.

Y ahora entiendo que tu sabor es el mío. Pero es aquél que recuerdo como dulce y estremecedor? O es el de la sangre derramada en esa lágrima redonda? Ayer cuando pude besar el cuello y mis labios se embebieron en el ardor de tu piel de Diciembre. Ayer por un segundo te supe mía. Te supe volver. Y desapareciste en un trago de ausencia.

Nuevamente un híbrido de sinsabores sabrosos y a la vez nauseabundos. Cuando mis papilas dejarán de estallar en cada brío de tu candidez? Cuando dejaré de inundarme en el éxtasis al saborear tus pieles de vibora. Esas que sueltas para hacerme llegar hasta ti. Esas que poco a poco me trasportan hasta tus húmedos labios. Ese veneno púrpura, rosado. Ese veneno que mata y da vida.

Cuando el Verano se lleve el calor a otra parte. Y tu parte de mí sea el vacío ocasional. Ahí, en ese preciso instante, me voy a volver a preguntar como sabía tu piel. Y veremos si lo que hoy es, mañana no sea. O si hago de mi un perfecto idiota. Porque la idiotez sabe a derrota, pero la derrota sabe a victoria si el que vence es el amor. Y si uno se vuelve idiota por amor en todo caso empieza a saborear el fin, el placer de un derrotero contínuo que acaba en felicidad palpable. Y lo que yo quiero es palpar el cuerpo que envuelve a ese inexplicable placer, tu cuerpo, con sus mil sabores siniestros, y los otros. Aquellos que supiste negarme y ayer en un suspiro violento me dejaste impregnados.