Los ojos profundos. Oscuros, como el mar adentro de un oleaje siniestro. Con espuma blanca, suave y brillosa, intrigante. El límite inexacto de la excatitud de dos mundos anexos. Será posible juntarlos, fundir el fin de tus miedos con la inseguridad de mis pesares?

Pupilas dilatadas en el éxtasis. Las sienes se brotan de venas recargadas, ancladas en tu interior, como las dudas que se clavan en tu vientre al mirar mis parpados abiertos. Si te animás a ver mis ojos al centro, ahí donde el cuerpo desaparece y queda desnuda mi violenta verguenza interna. Ahí vas a encontrarte con vos misma, te tengo incorporada, por asalto te asentaste en mis entrañas.

Y si por azar, o por amor a los yerros cotidianos, sumerges tu mirada en el nectar de mi olvido, verás surgir de las infinitas idas y venidas, las cicatrices de mi pasado. Pero esa mirada que sonríe tiene la capacidad curativa que necesito. Poseés mi felicidad y te pido que no me la niegues, al menos no por miedo.

Los ojos pardos se agazapan. Reculan, se quieren alejar, pero hipnotizados vuelven a los míos. Arrebato de júbilo y soñolienta decisión. Parecen gritar piedad, suplicarla con una lágrima oxidada. Y al desprenderse el temor hecho gota, indica que te he perpetrado una marca fogosa. De esas que no han de borrarse, de esas que una mirada saben reconocer y decir, esa es mi huella, mi legado en tu pecho, en tu mejilla rosada te zampo mi hueco. Mi hueco de pasión, quizás amor futuro, quizás amor actual, y eterno suspiro.