Bajó las escaleras presuroso y tropezando cada dos o tres escalones. Una vez su cara dio contra la puerta del 4to piso. Otras tantas contra el barandín metálico, que hizo las veces de sostén, como ella lo había sido en sueños lejanos.
Pensó que se desvanecería, que pisaría sus propias visceras, pero siguió su andar obstinado. Cuando por fin llegó a la planta baja, un sudor tibio baño su frente y recorrió su cara. Redondeó las mejillas para luego unirse las gotas en el prominente y anguloso mentón. Esa era la herencia paterna más acentuada, sin dudas, y la portaba orgulloso. Era su coraza, su escudo protector y detrás de este se escodía su temeroso rostro blanco, enrojecido ahora por el ejercicio. Sorbió el aire violentamente intentando tranquilizar el agitado pulso. Sus intentos fueron sólo espasmos, pero al menos pudo sentirse más seguro y adentrose en el salón contiguo. Lo esperaba allí el encargado, odiaba que le dijeran portero, que había sido el primero en percibir un vaho desagradable proveniente del 8vo apartamento "C". Decidido había caminado por ese corredor largo, intentando borrar los malos pensamientos de su acartonada imaginación, pero ver aquella imagen espeluznante habría dstruido cualquier intentona. Inmediatamente después de vomitar reiteradas veces, logró reponerse y telefonear al comisario. Éste, incrédulo creyó estar ante un caso más, pero se sorprendió al ver semejante espectáculo.
La sangre se mezclaba con la pintura de las paredes. Ya no se distinguían una de otra, era aquella pintura la que salpicaba el fondo rojo? O era la sangre la que pintaba el cielo razzo?
De cualquier manera, no podía haber sido un suicidió, coincidieron los tres, comisario, encargado y sub oficial.
El último en llegar, el poker de ases, fue el Sr Cardigan. Lo otros tres lo miraron con desconfianza, inquiriendo el por qué de su presencia, sin siquiera mencionarlo. Finalmente se presentó, y ante las amenazantes figuras se dijo y desdijo. Titubeó, dudó, se desplomó y suplicó misericordia para el alma en trance de su desangrada esposa. Luego había quedado sólo en el lugar del crimen, perpetuando en sus retinas la imagen del amor despedazado. Una ola vertiginosa de adrenalina le había llevado por el camino de la ira, había actuado un excelente rol de víctima, y los otros tres lo habían dejado sólo, para que descargase sus penas a piacere. Se paró frente a esa obra de arte, "su" obra de arte. Sonrío al escuchar en su interior como retumbaba esa palabra. Era suyo, un excelente y perfecto homicidio indescifrable, con simulado sufrimiento por su parte, y sin la presencia de un móvil aparente. Apagó la luz y quedó sujeto a su propio orgullo y éxtasis. Se hundió en el silencio que lo abrazaba, el silencio añorado, el deseo liberador de la soledad millonaria. Cobrar el seguro, repartir dinero entre los familiares acongojados, tomar un avión a las Islas Maldivas y no retornar jamás. Repasó uno a uno los pasos a seguir y se convenció de su genialidad. Bebió un traho amargo del dulce cognac, encendió un puro en honor a su recuerdo, y brindo por el destino. Ese que le había puesto enfrente la brillante idea de librarse de sus pesares. Librarse de todo y comenzar de nuevo sin ataduras.
Una vez que logró cruzar la puerta de vidrio repartido, esa que lo distanciaba de la ansiada liberación, se sumió en el placer mas hermoso y soberbio. Se vio triunfador y allí radicó su herejía. Los pasos se sucedieron sólos y creyó jugarle un mano a mano el destino Creyó vencerlo y arrebatar de sus garras temporales, su propio futuro. Lo designó a medida, lo diseño a gusto de su propio sueño, y se mandó a mudar. Viajó, horas y días, meses largos en los que creyó que nada ni nadie podría detener sus festejos y felicidades. Tiempos en los que no supo que el destino es invencible, y que las cadenas de su miseria, lo esperaban a la vuelta de la esquina. Y esa esquina estaba cerca, cerca como las gotas de ese mar tibio y cristalino que lo abrazaron con fuerza siniestra. El rugir de su oleaje era la muestra de su furia, lo estremeció sentirse inferior a algo que habitara este planeta. Clavó su mirada desafiante en ese inmenso y azulado rival. Caminó hasta que los tobillos se hicieron hematoma, y hasta que sus dedos fueron algas. Rompió corales y deshizo bahías enteras, creyó poder vencer a la sabiduría de la naturaleza. Creyó en la humanidad como dominadora del propio habitat y destino. Y la ironía hizo su juego al llevarselo por siempre al fondo de la eternidad. Quizó el destino que así fuera. Que un tsunami de lo llevara de esta tierra, que su prepotencia fuera su pecado, y que el ejemplo hiciera escuela. No le alcanzó con llevar al desafiante culpable, se llevó los peregrinos de la inocencia, que bramaran por siempre en el llanto de los desolados.