Lugar: Rio de Janeiro
Locación Exacta: Hotel, 10° piso, Barra de Tijuca.
Hora y Fecha: Domingo 24 de Julio, 8 de la mañana.
Sensación: Indscriptible, siento que he descubierto el sentido de la vida.
Brisa primaveral agrieta el rostro, surcan mi tez los pocos rayos que el sol me brinda. Los ojos, achinados, por el amenazante día que se cuela tras el apagón de una Luna perfecta.
Los oidos captan el sollozo de las olas que se despiden de la orilla, sienten crujir al mar en el abrazo tierno con la costa.
El aire salado, solo enviciado por el humo de un cigarro que me abrasa el interior. Las brasas de mi persona se juntan formando imágenes internas, irreproducibles, inimaginables. La líbido aumeta considerablemente, la creveza sigue su curso y pasa de mi boca a la sangre en breves segundos, sumergiéndome en un ensueño constante y pegajoso, tibio y agradable. Finalmente la coraza que me protege de la violenta ciudad, se abre, deja salir sin más reparos el rugir de mi sentir; se agolpa velozmente hacia el exterior y logra transportarme a la nada. Me reduce a la nada y a la vez me enseña el todo, por primera vez lo veo, con esa imagen de fondo, con el color de un cielo azul y el cantar de un pajaro concertista. El objetivo de una vida se reduce a eso...
Locación Exacta: Hotel, 10° piso, Barra de Tijuca.
Hora y Fecha: Domingo 24 de Julio, 8 de la mañana.
Sensación: Indscriptible, siento que he descubierto el sentido de la vida.
Brisa primaveral agrieta el rostro, surcan mi tez los pocos rayos que el sol me brinda. Los ojos, achinados, por el amenazante día que se cuela tras el apagón de una Luna perfecta.
Los oidos captan el sollozo de las olas que se despiden de la orilla, sienten crujir al mar en el abrazo tierno con la costa.
El aire salado, solo enviciado por el humo de un cigarro que me abrasa el interior. Las brasas de mi persona se juntan formando imágenes internas, irreproducibles, inimaginables. La líbido aumeta considerablemente, la creveza sigue su curso y pasa de mi boca a la sangre en breves segundos, sumergiéndome en un ensueño constante y pegajoso, tibio y agradable. Finalmente la coraza que me protege de la violenta ciudad, se abre, deja salir sin más reparos el rugir de mi sentir; se agolpa velozmente hacia el exterior y logra transportarme a la nada. Me reduce a la nada y a la vez me enseña el todo, por primera vez lo veo, con esa imagen de fondo, con el color de un cielo azul y el cantar de un pajaro concertista. El objetivo de una vida se reduce a eso...