“Caliente, brilloso, resplandeciente, vibrante, lujurioso y sofocante”, así se imaginaba Thomas el infierno. No creía en religiones, pero si en una vida más allá de la muerte y podía sospechar que tal vez existía algún destino como el infierno que las religiones trataban de hacer creer a sus oprimidos creyentes. Un nuevo error, hasta desilusión: no sólo no era caliente (excepto en verano), era oscuro, apático, sofocante sí, pero en el peor de los sentidos (si es que hubiera alguno positivo para tal adjetivo), era una pesadilla, de las peores que puedan tener los seres humanos. Un antro de vejámenes constantes y humillaciones continuas, la cárcel... Una temporada allí adentro, le había bastado para suponer que debía haber más inocentes presos de los que jamás se hubiera imaginado. Sufría por él y por ellos. Por primera vez, sentía en carne propia el peso de la injusticia. No importaba si era el destino, no importaba si su acto estuviera fuera de la ley, ¿que importaba eso, si él no merecía ese castigo? La ley puede ser muy ambigua, estaba seguro de ello. A veces penaba a quiénes debía dejar en paz, y a veces dejaba en paz a quienes debía penar, pero sin embargo nunca se preocupaba por definir exactamente los límites de sus escritos. Está claro que una ley puede ser interpretada de diferentes formas, pero no puede dejar de ponerse real énfasis y atención en el entorno de los actos, no deben ser catalogados de crímenes de igual calibre los diferentes acontecimientos que se puedan suceder, por más indebidos, o simplemente ilegales, que estos sean. “La ilegalidad, si que es abstracta”- pensó Thomas, ilegal no puede ser matar a alguien que mata, menos hacerlo de la forma menos cruenta, sin causar dolor. Pero el problema residía en que los jueces, y sus jurados, no entienden de eso, sólo ven en la personas a simples animales irracionales, sin capacidad de tener razones valederas para tamaña atrocidad. “Lo maté, es cierto, ¿Pero acaso lo hice pensando en su mal? no, simplemente lo merecía, no se puede andar matando sin recibir castigo por eso”, ¿Pero acaso no había sido suficiente haber perdido dos madre sen tan sólo diez años?La segunda y la tercera reunión con la jueza Fernández fueron más auspiciosas, pero ya para la cuarta y la quinta notó un cierto atisbo intencional por persuadirlo para que se declarase insano.Pensó que era normal, un derecho que le otorgaban, pero no sabía que detrás de eso se tejía la extradición exigida por un juez británico. No imaginaba que, por más duro que sonara, su padre era aclamado cual héroe en el viejo continente, casi mártir por haber participado de la guerra y haber sido asesinado en la Argentina, paradójicamente, años después.
Causó gran revuelo el hecho, los principales medios del mundo daban por sentado que el caso sería resuelto con la declaración de insanía por sufrimiento, y lo declararían imposibilitado de encarcelamiento. Debería permanecer internado algún tiempo para luego volver a "vivir". Thomas no lo sabía, Carolina sí, Julián y Melisa también e intentaron convencerlo de tramitar ese certificado de insanía. Lloraron en su celda juntos, pero no hubo manera de penetrar sus ideas, estaba decidido a conseguir su libertad admitiendo que había cometido el ajusticiamiento en completo dominio de sus facultades mentales y raciocinio. Cuando entraba en el segundo año de reclusión, consiguió que llevasen su caso a juicio, pero por falta de pruebas, a pesar de que el admitía haberlo hecho, y por presión del gobierno británico se suspendió. Pero lo peor llegó después, una extradición sorpresiva que fue un duro golpe a sus intentos. Ni el ni la jueza entendían que pasaría de ahora en más, ella había aprendido a querer a Thomas y a entender su razonamiento perturbado por el dolor, no podía declararlo inocente, pero no le caería con todo el peso de la ley y la justicia.Sin embargo, ahora se lo llevarían lejos y nunca más podría ayudarlo, sabía que quedaba relegada del caso, de toda posibilidad de calmar las terribles fieras, los más famosos buffetes de abogados de la escuela americana.  Su suerte estaba echada y el reloj no se detendría, su última chance era la insanía, pero no accedería a ella sin un test psicológico de un médico. El intento se frustró antes de empezar, Thomas lanzó por tierra toda intención de su esposa y amigos por ayudarlo, pensaba luchar solo hasta el final. Para ese entonces, sus hijos casi lo habían olvidado y él los había olvidado también, no es que no los quisiera, pero estaba satisfecho con su vida hasta ahí y comenzaba a pensar que la libertad no era lo que siempre había poseído, sino lo que vendría post mortem, la redención de sus males y la liberación de su alma sufrida. Nunca se lo dijo a nadie y así fue como se sumergió en una angustiosa y penosa situación de la que no había forma de desviarlo, ni siquiera los desesperados ruegos de la cancillería Argentina por devolver el juicio a su país de residencia dieron resultado, y finalmente decidieron enjuiciarlo el año entrante en el estado de Texas, EEUU.
Sería allí porque allí había nacido, y nadie imaginaba una intención de fondo...pero la hubo.