Cuando uno termina una relación, con o sin dolor, junta el puchito de recuerdos y los amontona toditos en un cajón con llave. No los tira, no los rompe, no los devuleve, y sobre todo no los conserva al alcande de la vista.
Cuando uno siente que le han quitado lo mejor que uno tenía, no quiere recordarlo a cada rato, no quiere vivir en el pasado ni confundir su presente, quiere progresar; a veces con mayor vehemencia y perseverancia, otras tantas con pasos dubitativos y vaivenes temerosos; pero siempre va hacia un camino liso, despojado de las sinuosas turbulencias de una ruptura.
Con el transcurrir del tiempo uno abraza la cordura, recupera el control de su propia vida, recobra deseos y sueños; pero nunca deja que el cajón de los recuerdos se abra.
Luego llega un punto en el que no bastan las miradas lejanas y perdidas en busqueda de un destino truncado, no alcanzan las voces sórdidas de una llamada a deshora, no son suficientes las pruebas superadas que uno mismo se ha trazado...en ese momento es cuando ha llegado la hora.
Nunca es fácil abrirlo, no tanto por problemas en la cerradura, sino por el temblor d ela mano que guía la llave, no vaya a ser cosa que todo ese mundo de superación tejido a lo largo de apagadas noches y encendidas mañanas aún más oscuras, haya sido solamente un recurso de amparo presentado por un corazón que en penurias y arrebatado de su sano juicio lo hubiera (o hubiese) interpuesto como último recurso ante tamaña desolación.
En el momento en que el candado cede ante el serrucho del metal que nos quema en las manos, el cosquilleo retorna a nosostros como si nunca hubiese existido tal desamor, el sudor frío y la parafernalia del abandono nos persigue hasta sumirnos en delirios, y un estado febril que nos entumece el cuerpo y apaga la conciencia, completa la escena, sólo es invadida por un sacudón de adrenalina que nos transporta a un mundo donde se libra una batalla épica entre nuestro corazón y nuestro cerebro.
Quien ha pasado por esta situación, entenderá a la perfección el sentimeinto de desahogo que puede provocar encontrarnos con recuerdos felices de un tiempo que no nos afecta, o habrá saboreado el amargo y ardoroso nectar del dolor y un amor que han perdurado.
Se preguntaran por qué tantas palabras?, no estoy dando cátedra, estoy exponiendo una sensación, una vivencia, quizá un pensar o algo menos. lo cierto es que me ha llegado el momento, he tomado a este Toro por los cuernos y he visto pasar esa sensación por todo mi ser, he roto las cadenas que me aferraban al pasado, la ví...
Un hola, una cordial modulación de palabras, un abrazo tierno, un adios y una sensación eterna de liberación continua, la vi...
Un rostro conocido, una mirada encendida, una voz apenas audible y un recuerdo lejano, la ví...
Sensaciones encontradas, la triste alegría del haber olvidado, la ví...
Y por fin, sin miedo, puedo decir, que dejé el cajón sin llave...
Cuando uno siente que le han quitado lo mejor que uno tenía, no quiere recordarlo a cada rato, no quiere vivir en el pasado ni confundir su presente, quiere progresar; a veces con mayor vehemencia y perseverancia, otras tantas con pasos dubitativos y vaivenes temerosos; pero siempre va hacia un camino liso, despojado de las sinuosas turbulencias de una ruptura.
Con el transcurrir del tiempo uno abraza la cordura, recupera el control de su propia vida, recobra deseos y sueños; pero nunca deja que el cajón de los recuerdos se abra.
Luego llega un punto en el que no bastan las miradas lejanas y perdidas en busqueda de un destino truncado, no alcanzan las voces sórdidas de una llamada a deshora, no son suficientes las pruebas superadas que uno mismo se ha trazado...en ese momento es cuando ha llegado la hora.
Nunca es fácil abrirlo, no tanto por problemas en la cerradura, sino por el temblor d ela mano que guía la llave, no vaya a ser cosa que todo ese mundo de superación tejido a lo largo de apagadas noches y encendidas mañanas aún más oscuras, haya sido solamente un recurso de amparo presentado por un corazón que en penurias y arrebatado de su sano juicio lo hubiera (o hubiese) interpuesto como último recurso ante tamaña desolación.
En el momento en que el candado cede ante el serrucho del metal que nos quema en las manos, el cosquilleo retorna a nosostros como si nunca hubiese existido tal desamor, el sudor frío y la parafernalia del abandono nos persigue hasta sumirnos en delirios, y un estado febril que nos entumece el cuerpo y apaga la conciencia, completa la escena, sólo es invadida por un sacudón de adrenalina que nos transporta a un mundo donde se libra una batalla épica entre nuestro corazón y nuestro cerebro.
Quien ha pasado por esta situación, entenderá a la perfección el sentimeinto de desahogo que puede provocar encontrarnos con recuerdos felices de un tiempo que no nos afecta, o habrá saboreado el amargo y ardoroso nectar del dolor y un amor que han perdurado.
Se preguntaran por qué tantas palabras?, no estoy dando cátedra, estoy exponiendo una sensación, una vivencia, quizá un pensar o algo menos. lo cierto es que me ha llegado el momento, he tomado a este Toro por los cuernos y he visto pasar esa sensación por todo mi ser, he roto las cadenas que me aferraban al pasado, la ví...
Un hola, una cordial modulación de palabras, un abrazo tierno, un adios y una sensación eterna de liberación continua, la vi...
Un rostro conocido, una mirada encendida, una voz apenas audible y un recuerdo lejano, la ví...
Sensaciones encontradas, la triste alegría del haber olvidado, la ví...
Y por fin, sin miedo, puedo decir, que dejé el cajón sin llave...