Hoy era un día normal, no debería haberse destacado por nada, todas las situaciones eran previsibles y rutinarias, pero esa sucesión de repeticiones continuas que reflejan mi vida, por un instante modificó su existencia.
Nunca sé lo que habrá de cambiar mi día de un compendio de cuestiones insignificantes a uno de los momentos más trascendentales de mi corto existir.
No creo en el destino, no soy fatalista y por sobre todas las cosas, defiendo fervientemente en mi capacidad para manejar mi propia subsistencia en este opacado paso hacia el proximo estadío.

Sin más, paso a contarles el porque de esta sensación que me renueva, esa que me ha recordado y aleccionado sobre los motivos de mi presencia corpórea:

La tardenoche le había ganado la batalla al dulce día, así como las nubes opacaban el sol desde temprano y el viento fresco abofeteaba mi rostro como agujas de hielo enseñandome el dolor. La sensación de aletargamiento me aquejaba, retazos de una siesta de media hora, previa a la corrida maratónica por llegar en hora a esa magistral clase de inutilidades, agrupadas en la palabra Derecho. Bajé las escaleras con mi habitual torpeza, sorteando las mujeres mayores que obstaculizaban mi recorrido, salteando los escalones rotos de una ciudad en ruinas y contando las monedas para obtener el Incómodo y fetichista Boleto.
El tren estaba en la estación Scalabrini Ortiz de la Linea D, esperaba mi llegada como mis labios esperan tu boca, mi paso cancino se aceleró en la búsqueda de la puerta, pero nunca lograría atravesar el umbral de las garras electrónicas del salvaje urbanismo.
El tiempo se detuvo en mi reloj mental, las agujas de mi conciencia marcaban la hora final, pero siemrpe hay un último giro inesperado y sorpresivo...
Mi torso se desprendió de las inanimadas opulentas, mis brazadas inutiles se batían a duelo contra la fuerza de la tecnología; y siendo ésta una batalla perdida, las pulsaciones y la adrenalina coparon la parada.
La parálisis se deleitaba ante mi débil reacción, la oruga motriz comenzaba a desplegar su capacidad de movimiento artificial, mis dientes crujían en una mueca nerviosa y se atragantaban con la saliva pastosa del nervio a flor de piel. Mis ojos no me pertenecían, pero observaron el accionar de gente despersonificada, de héroes callejeros que acudieron impulsivos ante la amenaza contra mi persona. Cuatro gentes, 8 manos, 8 piernas, 8 ojos, 4 narices, 4 CORAZONES que sentían junto al mío y al verlo agazapado ante el miedo que lo acosaba, no dudaron en someterse a prueba y tomar al Toro por las astas.
Finalemnte caí...el suelo me abrazo, cálido, como el pecho de una madre amamantando. Despertaron mis sentidos, recobré algo de color y al fin pude entender que aún estaba vivo, no había daños mayores que un golpe en el bajo vientre provocado por la caida y otro en la rodilla producto de una puerta corrediza hija de puta.

Es exagerado quizá, pero fue realmente una vuelta a empezar, un llamado a la reflexión, un grito de socorro y un pedido de auxilio que se fusionan exigiendo paz y calma. Y pienso escucharlo, entregarme a lo necesario, a la defensa de mi propio ser.
Hoy Jueves 1 de Julio de 2004, quiero hacer público mi agradecimiento a 4 personas, seres, que me devolvieron a la tierra, que me tendieron sus manos sin pretensión alguna, y aún sabiendo que nunca leerán esto y que no podría reconocer sus caras, decirles que les debo una de mis reencarnaciones a ellos.
El Toro seguirá entre ustedes, con su habitual repertorio de sinsabores y alegrías, para bien o para mal...

GRACIAS!!! (Todavia me tiemblan las manos mientras tipeo este homenaje)