Adiós mamá -balbuceó Thomas- y se hundió en un profundo y largo sueño. Su madre lo miró tiernamente, le acarició el dorado cabello y le besó la frente. Luego caminó sigilosamente hacia la puerta, volteó para verle por última vez, soltó una lágrima y se despidió: -Perdóname hijo...te amo...adiós.Thomas no pudo oírla y siguió impávido ante las palabras de esa mujer que lo había criado desde niño y a la que él consideraba su madre. Nunca recordó que estaba soñando esa noche, solo que lo levantó el sonido seco y estremecedor de una bala, claro que para ese entonces él no sabía como sonaba una balacera, lo descubriría años más tarde con el sabor de la dulce y trágica venganza.Salió como un rayo de su alcoba y se encontró con lo que jamás hubiera imaginado: el cuerpo de su madre yacía en estado fetal en la cocina y sus vísceras al costado parecían desafiar la fortaleza estomacal del pobre niño, que miraba con los ojos desorbitados el horroroso espectáculo.Nunca supo si era producto de su imaginación o su deseo de venganza, pero siempre recordaba la misma sombra que se escabullía entre los arbustos del frondoso parque trasero de su casa y salía velozmente al encuentro de la impunidad. Mucho menos podría decir con exactitud a quién pertenecía aquella silueta, que en sus más acechadoras pesadillas le perseguía sin descanso. Ni siquiera, si era de un hombre o una mujer; aunque siempre se inclinó por la primera posibilidad porque le parecía que tenía una altura imponente. Aunque hay que recordar, y él siempre lo hacía, que para ese entonces tenía diez años y difícilmente hubiera podido distinguir la diferencia entre su metro cuarenta y los posibles metro cincuenta, sesenta, setenta u ochenta de aquella extraña figura de odio reproducida por su mente cada vez que recordaba el día en que su vida dio un vuelco inesperado. Vuelco que jamás le permitiría volver a sentir como antes las ganas de matar y por las cuales hoy estaba en la posición en la que estaba.En la historia de la humanidad nunca hubo infancia más triste que la de este chiquillo, aún cuando el mismo siempre pensó que había sido feliz entonces, pero recordaba perfectamente que carecía de amistades, de afectos e inclusive de intereses, solo se dedicaba el día entero a estudiar y complacer los pedidos de su madre enferma. En esos tiempos, él se creía satisfecho con sentir que su madre era un poco menos sufrida al tenerlo a su lado. A pesar de que estaba enferma, nunca la vio quejarse ni flaquear ante él, siempre se mostró como una mujer fuerte e imponente, aún en los peores momentos cuando parecía que ningún remedio podía calmar su dañado organismo. Así la recordaba él siempre, la mujer más hermosa que se haya visto, la más fuerte, la más apacible doncella que haya existido, mujer como pocas quedan. Con agallas para criarlo en soledad y a pesar de la oposición de su familia. Nunca supo esto hasta años más tarde, pero su madre biológica, a quien también descubrió casi tan bella como a la adoptiva, también había sido asesinada, también en su presencia y también por la misma silueta, aunque se lo haría saber con el tiempo un tío lejano. La historia era no menos tenebrosa que la que el en carne propia había sentido, pero era más distante para sus memorias, aún así agigantaría sobradamente sus deseos de venganza y su necesidad de justicia.Juntó sus manos y las frotó en su rostro, luego afirmó las rodillas, que para ese entonces le temblaban de manera insistente, y se dirigió hacia el cadáver. Jamás pensó que la muerte se vería de esa forma, era mucho peor de lo que un chico, de un decenio de vida, podía imaginar. Era aún más trágica, dolorosa, triste y solitaria de lo que nadie, que no lo hubiera vivido, pudiera saber o tal vez imaginar. Su mente pasó por un blanco instantáneo, luego se detuvo en una imagen que rebotó contra las paredes de su cráneo: una foto estaba encima del cuerpo, la tomó con cuidado, puesto que estaba muy asustado y tenía los ojos borrosos por las lágrimas que se aproximaban a desprenderse desde la profundidad de ellos, no entendió de inmediato lo que veía; pero pronto, a pesar de su corta edad pudo razonarlo, una foto de una mujer muerta en idéntica posición que su madre, pero años atrás, por lo que denotaba el estado de la fotografía y la vestimenta de la mujer, era obvio que el asesino de su madre había hecho lo mismo alguna vez. No se detuvo en el detalle del bebe sentado al lado del cadáver en la instantánea, pero tiempo más tarde entendería que no era todo una casualidad y que lo peor que pudiera imaginar llegaría...