No era un hombre feliz. Pero no era precisamente un sufrido. No detestaba su vida, pero tampoco le llenaba de plenitud. No hacía nada para cambiarla, pero tampoco anhelaba un cambio. Sin embargo fantaseaba a menudo con historias indefinidas, de vidas diferentes, de paralelismos. Con aristas punzantes, que urgieran de deseos a los nuevos personajes de ese cuento imaginario. No por ser ambicioso, menos que menos un arrogante intentando de dominar su existencia, pero y qué? y qué si una vez en sus cuarenta y tantos años, dejaba de ser un simple resultado de la inercia, y jugaba una mano con las cartas recibidas, pero sobre todo, con una estrategia de juego?

No diseñó tal ardid. Ni fue artero su intencionado obrar. No detalló una seguidilla de situaciones concatendas que llevasen a su nueva vida un final premeditado. Simplemente, decidió vivir y no más, ser vivido por el tiempo. Ese tiempo que pasaba, que hilaba segundo tras segundo, que hilvanaba escenografías y escenas mal actuadas. O mal interpretadas. Vivir es una decisión, no un derecho, no una cuestión de facto. Y el había decidio ver que sucedía, si ensuciase sus pulcros y baratos zapatos de segunda mano, de zapatería de Callao al medio día. Si mojase hasta sus medias de lana, en el fango de los sentimientos.

Vieran como dos puerquitos se revuelcan en el tibio lodo del amor propio. Vieran como se gozan, se sienten, se dan placer mutuamente, ocupándose realmente de su propio placer, y no del ajeno. Pero vieran como cambia la actitud que parece ser tan solo un reflejo instintivo, cuando uno de los dos animalitos, vierte sobre el otro, un poco de cariño. Del real, de la estima por el otro, del respeto entreverado con la admiración, del deseo satisfecho. Del desear satisfacer al otro. Vieran como dos ojos sellados por la supuesta confianza, real imposibilidad de mirar al otro, se abren de par en par. Para brillar y ser brillantes que reluzcan ante el lucimiento de una empatía desconocida.

Ambos eran participes de un mismo momento. Uno que lo generaba, el otro era espectador involuntario. Los dos eran beneficiarios de un mismo hecho, que no tenía verdadero punto de origen. Que no tenía un
camino a seguir; ni, mucho menos, una llegada. Y lo recorrieron juntos, en un pacto tácito que les representaba un enorme desafío, enorme por desconcido, enorme por los miedos y las posibles desventuras. Ella no comprendía nada ya, mas no quería hacerlo. Él tomó el mando de sus actos, paradójicamente más impulsivos que antes. Poco a poco los actos, pero los verdaderos actos reflejos, se apoderaron de él. Y ya no esos reprimidos instintos impregnados de su ética y moral, se su miedo y su inconsciente, de tanta basura psicológica y tanto residuo omnipresente.

Algo cambiaba súbitamente, pero qué? No era tiempo de averiguarlo, eran tiempos de vapor y húmedas caricias. Eran tiempos de cuerpos bailando al compás de un suspiro uniforme, conjunto. Era un baile de a dos y ella, ya no bailaba sola. El sol los sorprendió en plena danza. Amanecían juntos, y ella soreía. Sonreía por la compañía, no sufría su dependencia. No añoraba su independencia.



Dedicado a mi y a todo aquel que alguna vez perdió el miedo a lo nuevo, al desafío de poder ser uno, siendo dos y sin dejar de ser uno. Y no morir en el intento, o abandonar antes de intentarlo.