Recibidos varios comentarios sobre esta película de Walter Salles, decidí verla y así juzgarla con mis propias perspectivas. Había leido el libro un día antes y realmente me encantaba la idea de coprobar la vericidad del guión. Sumado a ésto, una sobredosis de lectura sobre el Che Guevara, Cuba y Chile en las últimas épocas, no quedaba más que ir y sentar el culo un rato en las cómodas butacas.
Esta secuencia de imágenes que recibieron mis ojos me abrieron puertas que tenía cerradas, no modificaron, pero re-avivaron fuegos y brasas varias. Conocer al hombre detrás del prócer era lo que me impulsaba a leer y mirar. La atracción que me provocaba el hecho de ver a un sujeto como yo, antes de ser el Che, y representar esa figura idealizada que está en el inconsciente colectivo, era muy fuerte. Tenía grandes expectativas y no me defraudó.
Realmente la recomiendo, bajo cualquier circunstancia y condición en la que estén, mirenla en su todo, no la vean como un pedazo de arte, sino como un modo de vida. Un aprendizaje lento y constante que a muchos podría llevarle la vida lograr. Pero si hay que separar en diversas partes, elijo, sin dudar, la fotografía y sus paisajes...la belleza inagotable de América. La calidez visual y auditiva que provocan la conjunción de unas imágenes que penetran las pupilas por su contenido y una música que te envuelve (surround no?) por lo placentera. Actuaciones magníficas, aún con el error, a mi parecer, que representa la interpretación del Che por parte de un actor(azo) mexicano.
Me sentí tocado por dentro con el film, me llenó de cosas intangibles que algún día saldrán a la luz. Cuestiones que no llego a entender, que me queman y me abaten, cosquilleantes, por mi ser.
Salí del cine golpeado, por una realidad que se mostraba lejana y violenta, antigua y reseca. Pero una caminata abrazados me hizo recapacitar. Ese cigarro que disipaba su humareda en mis pulmones, aliviaba mis ansias y me permitía clarificar ideas. La realidad estaba ahí, mirando al cartonero y al kiosquero, al empresario y el peluquero. Estaba frente a mis ojos y se dejaba oler, se dejaba sentir, para desvanecerse en el calor de mi hogar, donde descansé y seguí pensando. Y no encuentro soluciones, no encuentro explicaciones a tanta injusticia, pero donde quiera que vaya, donde pisen mis botas, ahí sembraré mis aprendizajes, cosecharé mis ideales y no dejaré que se corrompa mi sueño. Nada, ni nadie, me va a obligar nunca, a denigrar, humillar, discriminar o sentirme superior a nadie.
Veanlá, saquen sus conclusiones, disfrutenlá o sufran, odienlá y opónganse a mi opinión, pero al final, cuando el manto negro se bañe de tintes blancos, esos que se llaman títulos, sentirán la acidez en la tráquea. El sabor amargo que nos provoca un baño de realidad y humildad, doloroso, pero necesario.