Había olvidado esa voz...
Con su agudo registro, con su temple invariable, y su dulzura intransigible.

Había olvidado esa voz...
Con los reclamos eternos, los sollozos de amor y los caprichos que añoro satisfacer.

Había olvidado esa voz...
Con sus suspiros suplicantes, arañantes, que me dieron vida en un gemido.

Había olvidado esa voz...
Con su NO más violento, fecundando el olvido, el destierro, el hastío.

Había olvidado el esa voz...
Con ella el quebranto de los sueños, el dolor y las promesas que no supimos cumplir.

Había olvidado esa voz...
Con los silencios en punta, con sus hielos desmedidos, con sus odas al pesado pasado.

Había olvidado esa voz...
Y con ella a vos, y con vos a la agonía de saber que existís.

Había olvidado esa voz...
Con las risas contagiosas, con la esencia reticente a dejarse olvidar.

Había olvidado esa voz...
O creía haberla olvidado.

Pero la sonrisa de un amanecer soleado no me deja mentir. Ni asentir, ni negar, ni denegarle al pasado, que me someta a un repaso. Que una vez más nos cuenta, a colación y como corolario, que soy hoy lo que nunca conociste. Pero que tu voz, saca esa parte de vos, que aún se refleja en mi.
Y es que siempre, va a quedar ese espacio que dejaste. El vacío más pequeño. Porque ya no duele, pero tampoco necesita ser rellenado. Yace en él, atesorado, el agridulce sabor de haberte amado, pero sobre todo, el haber sido amado con el amor más inocente.