Dos menos diez. Miro el reloj en un acto reflejo, impulsivo. Inevitable. Giro mi cabeza de izquierda a derecha, simulando casualidad. Es un gesto típico en mi, cuando los nervios empiezan a licuarme la paciencia y el pulso. Lo repito unas tres veces antes de pestañear, como quien no quiere la cosa, y después juego con la muñeca de la mano izquierda. La hago girar una y otra vez, como un bebe que descubre el perfecto vaiven de las articulaciones por vez primera. Un chasquido suave con la mano derecha, dos pitadas cortas conteniendo el humo, y un suspiro lento, relajante, final. Otra pitada, y otra. Y una más, pero esta vez más profunda, más intensa. Reduciendo el tabaco a cenizas, imaginando que fuera mi vida, la que se muere en el cenicero.

La espera que lastima, que acentúa las posibilidades. Una respuesta definitiva, un si que afirme todo, o un no que lo detone. Algo. La hiriente necesidad de certezas que no se saben ciertas, o una mentira que simule serlo. Se agitan los miedos del futuro inmediato, que sabrán condenarme a la eterna congoja. O me harán feliz por siempre? Por siempre. O por diez minutos al menos.

Si mi vida vale la pena, o si el suicidio es una buena posibilidad. Si me creo capaz de todo lo que sea posible o la nada es el camino más corto hacia el exito del fracaso. No es eso, acaso, el triunfo de un fracasado? Fracasar y consumar así, dando por finalizado, o elaborado momentáneamente, el fin de su propio existir. El sometido cometido de sus actos, o el inexorable destino de su propio ser?

Yo sé llorar, patalear, hacer berrinches y sentir que nada podría ser peor. Me sale bárbaro. Es inherente a mi condición de víctima social. Pero no me pidan que festeje y sea feliz. No quieran que sonría y haga muecas que denoten satisfacción, felicidad. Ser feliz implica responsabilidad, hacerse cargo, disfrutarlo, estar presente, ponerle el pecho y decir gracias quizás.
En cambio el infeliz puede relajarse, contraer los brazos, fruncir el entrecejo y dedicar el tiempo que le quede a "dejarse estar". Eso es vida!

Y ahí estás vos. Mirando implacable, qué te creés qué sos? La parca infalible? No señora eh. Pero te parecés bastante, con tu imperturbable carita de nada. De nada bueno, por supuesto! Trayendo una respuesta lacónica, nada de salirme con un ni o un no se, carajo. Que ya no somos dos nenes de primario, ni yo voy a estar siempre acá para cuando quieras decidirte vos. O quizás si, pero no tenés porque saberlo.

No somos dos nenes de primario, eso está claro, pero parezco che. Será posible, todo grandote y con bigote ya, temblando y transpirando por una huevada así. Como cuando era el último en el pan y queso, y mi destino irremediable era el arco.
Con suerte el arco, en realidad. Podían mentirme fácilmente, convencerme de que fuese el arbitro, el paladín de la justicia y que, sin mi, el partido no podría llevarse a cabo. Yo sabía que no era cierto eh. Pero les seguía el juego y ponía cara de malo. Siempre el puchero fue mi mejor perfil. Y después contaba en casa como había expulsado al "Moncho" Pelisari, hijo primogénito del comisario. Porque afuera de la cancha yo era el gordito salame quizás, pero adentro, ahí en el barro, era el que decidía. Oh si. Ese era yo. Quien iba a contradecir al que podía echarlo? Solo ese Moncho altanero, o vos. Pero vos qué te crés que sos? A mi ni fu ni fa tu respuesta. Al fin y al cabo qué es una decisión asi?, no es que sea...

-Si Gordito, obvio que quiero casarme con vos!

Dos menos diez. Miro el reloj en un acto reflejo, impulsivo. Inevitable. Giro mi cabeza de izquierda a derecha, simulando casualidad. Miro el cenicero vacío, y el cigarrillo apagado, metáfora de mi vida que no ha comenzado. Sonrío y suspiro relajado. Me relajo y sonrío plácidamente, como quien se sabe vencedor. Vencedor y vencido. Voy soñando esa vida amena, cálida y llena de infelicidad. Una vida en la que por fin voy a poder hacer lo que más me gusta, eso para lo que soy el mejor. Lamentarme y blasfemar. Quejarme y hacer nada. Dejarme llevar por la agonía y saber que nada, ni nadie, va a a pretender que yo, siendo argentino y casado, cargue encima, con la responsabilidad de ser feliz.