-Viste el tipo ese que conocimos en La Chaucha? ese tipo, el pelado que no lo dejan hacer nada...pobre tipo eh- se quejó el Ruso, mirando de reojo al Rengo, por sobre la edición matutina de La Nación.

-En la cancha querrás decir, pero de qué pelado hablás?- Contestaba a desgano el compañero de mesa.

-De Toriberti , no te acordás? Y es La Chaucha! El bar del “negro” Sainete, que tipazo ese eh!-

-Uhh como me voy a olvidar del pelón! Si si, claro que me acuerdo, si lo tenían atados de pies y manos los problemas maritales!, y el barsucho del Sainete, que épocas- se enjuagó una lágrima – habremos tenido 23 o 27 años, no más…tardes de radio nacional y meta billar eh!.

-Si, puede ser-

El Ruso y el Rengo se conocían de toda la vida. Pero de en serio, de esos amigos que se conocen desde antes de nacer, e incluso de otras vidas quizás. Nada podía quebrar sus eternos mitines de cada tarde al apagarse el sol. Habían sobrevivido a cuatro novias robadas, dos o tres peleas por dinero o trabajo, tres bares fundidos. Y a pesar de todo, seguian ahí firmes, imperturbables y fortaleciendo su relación con el paso de los años y las desgracias compartidas. Jugaban al ajedrez dos veces por semana, discutían de política y fútbol, y alternaban la cuenta del café, una vez al mes. Pocas veces hablaban de terceros conocidos, o por conocer. Menos eran las veces que se comentaban sobre sus respectivas mujeres. Muy a su pesar, o quizás como lección de sabiduría muy bien aprendida, habían decidido excluir a las mujeres de sus charlas. Regla básica para sostenerla en las peores épocas de tensión y recelos.

-Eh, que pasa Rusito? Nunca te me quedás tan corto de palabras, y esa mirada perdida qué es? No me asustés padre, la única vez que te vi así, fue cuando te encamaste con la Beatriz. Uh, la Bea, que mina que perdí… sisi ya sé, no es tu culpa, ella te buscó por mi falta de atención y eso- ahora el Rengo monologaba, sin dar lugar a la respuesta, aunque fuera escueta, de su acompañante- pero es así, sabés, cuando la tenés la descuidas y después que se fue, la endiosás.

Era un tema trillado, y de haberlo hablado tanto en esas doradas radiografías de otros tiempos, ya sabían sus opiniones y pesares de antemano. No hacía falta que respondiesen a esos monologos que simulaban ser conversaciones de debate. Era una via de escape, una forma alterna de liberar viejos odios o al menos, poder nombrar mujeres sin temor a romper sus diplomáticas relaciones.

-Pasa que ando con la cabeza en La Chaucha. Ese pelado Toriberti, con ese perfume tan particular, como es que decías?

-Meo de gato!, olor al meo del Catalino tenía eh!, si, imborrable aroma, cada vez que abrazaba al pobre, me acordaba del pelado, después se fue borrando, como todo lo de esos años, vos sabés.

Y no, no sabía el Ruso. El era de recordar todo, hasta los más minimos detalles distintivos de un desconocido que se haya sentado, no más de una vez en las mesas de sus bares. Sus bares eran esos a los que habían mudado las yuntas, cada vez que el antecesor fundía o se convertía en cancha de paddle.

-Bueno, eso. Meo de gato, de perro o agua de pozo. Lo que sea!
El otro día, me voy como cada mañana a laburar y la dejo a la Inés dormida. Vos sabés que es raro que ella duerma cuando me levanto, siempre me trae el desayuno, me plancha la camisa y sale a correr una horita. Esta vez no. No es raro?-

El Ruso estaba tenso, miraba la nada y pensaba cada palabra. Una mirada que solo tienen los locos o los que están muy concentrados. Y él no era de concentrarse ni de estar loco. Eso hizo que el Rengo no se porfiara de la situación, y trato de tranquilizarlo, a pesar de la tácita regla de no hablar de sus mujeres.

-No se pá. Creo que exagerás. Pensá que puede haber estado cansada, quizás tuvo insomnio y se pasó la noche entera desvelada. O está medio deprimida, que sabés? No seas insensible tampoco. Cuantos años tiene ya? Será la menopausia capaz.

-Pará un poquito, una cosa es que yo te de lugar, y otra distinta es que hablés de mi chinita sin siquiera saber eh.

-Bueno bueno, no dije nada malo. Te tranquilizaba.

-Perdoná- Masculló el Ruso y dejó caer el diario. La vista se había clavado en los ojos de su amigo, rival y sostén. Veía en él a un hermano, un confesor. Alguien que siempre le entregaría su oido y su tiempo, incluso sus mejores intentos en pos de ayudarlo. Aún cuando metiera el dedo en la yaga, era incapaz de hacerlo adrede. Titubeó, dejo entrever una sonrisa chueca y desgastada por los nervios, y mirando a una nada aún más profunda le abofeteó sin demagogias:
-Creo que la Ines me esta cagando. Sí, eso!-se convencía mientras vituperaba- La muy hija de puta me metió otra vez los cuernos.

El Rengo no hizo muecas, se aseguró de mantener la pasividad y simuló indiferencia. Bueno, no tanto. Pero permaneció tranquilo. O al menos se convenció de su falsa tranquilidad.

-Es muy fuerte esa acusación viejo. Le dijiste algo de tus sospechas ya?- pareció interesarse el Ruso.

-No no, sos al primero que se lo confieso – mintió premeditadamente- No quiero hacer algo de lo que me arrepienta, sabés que a ella no le gusta que desconfíe.

-Y hacés bien, digo no? Mirá si es inocente eh, sabemos de las guampas y de la parca, nadie se salva, pero ya tuviste tu buena dosis, je.-parpadeó para ver la reacción de su amigo y al verla desfavorable prosiguió- Ufa che, es una broma, no seas tan trágico tampoco, es una exageración…a ver..estem…decime, quien creés que es?

Los silencios eran condimentos esenciales de esa mesa de vida. Sabían vertirlo en buenas dosis y cada vez que la reflexión invitara a hacerlo. Se abría paso y alivianaba las poses de guerra, los enojos y hasta sublimaba las diferencias de criterio. Pero ese silencio se hacía eterno, los dos podian olerlo. Era uno de esos huecos sin final, que llevan escrito en su destino, el ser infinitos. Si se quiebra, será para mal. No importa con que palabra se rellene ese silencio, siempre será provocadora de la debacle. Y lo fue.

-El pelado Toriberti. Si, hace ya varios meses que sospecho, no me mirés raro. Que querés que haga? Esa yegua viene cada vez más agotada, no me corre ni la primera, ni la octava, Le da igual. Y el otro día me acordé, se me hizo al luz. Le besé la cabeza, no queriendola despertar, y así como quien no quiere la cosa, me penetra ese vaho.

A esa altura del relato, el Ruso echaba espuma por la boca, y la comisura de los labios amenazaba con romper en sangres. El rengo? Bien gracias, se relajaba en su silla y adornaba su rostro con falaz sorpresa, y una relajación muscular insusitada. La vehemencia de su relato, impidió al propio Ruso dar cuenta de eso. Pero su amigazo, se acomodaba en la silla como quien se acomoda en la butaca del cine para ver una de acción. Con cara de feliz cumpleaños y pochochos a rolete.

-Jaja, dale seguí contando, está buena la película. – el ruso estalló en carcajadas, pero no sobre actuadas, sino reales. Daba respingos de alegría y se mofaba abiertamente de su abatido amigo.

-Pará flaco que te descerrajo el bonete, de donde saliste? Sos mi amigo, mínimamente respetá lo que te cuento. Además siempre quisiste que me fuera mal vos. Sos lo peor. Pero bueno, no viene al caso…decía que ese olor a meo de gato, que trae la china, no es más que el olor de ese pelado hijo de una gran…

-Bueno bueno, tranquilo hombre!, no cantés bingo que no ha salido tu numero aún. Creo que sería bueno un copetín, para bajar tanto bochorno. Lo que tenés es un ataque de celos, andá a saber. Qué perfume usa la Inés?

-No renguito, creeme que es así, tal y cual. Si te digo que es meo, es meo. No quise enojarme con vos, pero ya sabés…que pelado turro, quien lo hubiera dicho! Si me dijo que quería el telefono de ella solo para que cuide a su madre…

-Cualquiera peca de ingenuo, no te hostigues. Vení tomemos un fernesito que yo te invito. Además hasta que no sea seguro, no te deprimas…ja, el pelado Toriberti con la Inés. No puedo imaginarlo.-

-Está bien, dejá nomás. Capaz son ideas mías y es cierto eso que decís. Mejor vuelvo al bulo a charlar con ella y si me animo, le pregunto por ese olor. Que olor tan fuerte, tan particular…mmm que es ese olor? Sentís?

-Ja, no jodás viejo, estás paranoico – se levantó y se puso la campera- Mejor andá a casa y descansá. Y preguntale a la negra, seguro estás imaginando cosas.

Se acercó a la barra y pagó por ambos. Era su turno, no llamaba la atención. Le palmeó la espalda al pasar y le gritó al salir. Algo sobre una partida de ajedrez a jugarse la próxima semana. Salió y caminó las tres cuadras que lo separaban de su departamento. Subió, se sacó la campera, se sentó en el sillón del living y se sonrío mientras abrazaba a su amado y apestoso Catalino. En un rato lo baño, pensó. Y se relajó.