El cancino transitar de un paje herrante, que a costa de su cansancio, dibuja senderos nuevos, añorando los lejanos, o viviéndolos de nuevo. Con los ojos cerrados, con la mente repleta de memorias ardientes, crujiendo en el fuego tibio de un cigarro apagado hace años. La mueca de hastío brotando violenta, surcando su rostro, inundando de vida a la muerte trágica del reflejo espectral. El fantasma cercano, palpable, tangible. Se alza soberbio al compás sigiloso, del suspiro frenético que demuestra su caparazón de falacias y supuestos incomprobables.

Esas mentiras de las que vive y se sustenta, esas improntas sensacionalistas que denotan superioridad. Irradian una falaz seguridad, una espontánea e impulsiva capa protectora. Un campo de fuerza invaluable, de variable tenor y de formación opaca. Un oscuro manto que se entreteje entre su piel y su ser, armando las vestiduras que lo recubren de la verdad. De la exposición real, y la extirpación inevitable de sus orgullos inmaduros y aún cegados. Se tensan gèlidos los musculos, acompañando a la moribunda vida desvivida. representante legal de un cuerpo inerte que se impone sobre sus cimientos, armando un espectàculo de omnipresencia.

Y en la máxima exponencia de su artilugio de tinieblas y turbios cantos opulentos, ve crecer del silencio, el canto de su interior. Surgiente de la oposiciòn, proviniendo de sus excesos, iluminando desde afuera, hurgandolo hasta bien adentro. El chirrido sonoro y liviano, claro, preciso y agreste, del paje de pocas palabras. Que hiere y lo cala bien fuerte.
Lejano parece perderse, y en cambio se suma a la causa. Armando fusión de penumbras, sesgando distancias candentes. Al unìsono desarman en gritos, el llanto que llora su suerte. Que dice en la historia decente, de quien sabe volver a la fuente. En la que bebiò su primer sorbo, y en donde aprendiò como habrìa de sorber.