Nunca pensé que dejarte fuera tan difícil. Tantas veces me dejaron, que era una sana costumbre llorar apesadumbrado en penumbras y por no tenerte. Soñar con tus desvelos, imaginarte sonriente, lejana, imperturbable. Que la indiferencia era tu mundo, y en ella te regocijabas plenamente, dandote de lleno a las aventuras que se abrieran en la nueva discontinuidad temporal. Duele que seas ese monstruo del desamor.

Y ahora que camino, inerte y sin pensarlo, por esta otra via anexa. Ahora que por primera vez conozco el costado "deconocido", el backstage, el behind the scene, de un corte abrupto. Me veo temblando, tambalenate, indeciso, dolorido y culpable. Huyo de mi mismo, avergonzado de esta confusa nebulosa que me envainó y me hizo lastimar, como juré nunca lo haría. Me atrapa la insensata inmadurez de no saber que me hace bien, y que me hace mal. Me alejo dandome aún, en las últimas explicaciones, un aire de grandeza y tenaz justificación.
Penosa justificación, lastimoso reflejo de quien se cree un amor, y es a los ojos ajenos, el dolor personificado. Con ojos que acuchillan y palabras ponzoñosas, con labios de inerte deshielo, con manos de carbon, que queman abrasantes en los futuro no abrazos. Duele ser mi más temida pesadilla, el caricaturesco pérsonaje, el arrancacorazones.

Hoy no soy yo, ni me pertenezco. Desde el ayer en que fui ella, hasta el mañana en que sea vos. Hoy soy solo un reflejo de lo que tus sentimientos, por los que bogué en zozobras, quieren transferir a mi persona. Hoy no valgo más que tus lágrimas, como gemas doradas surcando las rosadas mejillas. Hoy me arrodilló y hundo mi cabeza, esperando, la hoja de una oz que me devuelva a la muerte, esa que conocí cuando no te conocía aún. Esa muerte lenta que significaba el adios, ese asesinato que sufrí tantas veces, y que practico hoy, asumiendome culpable, mas sintiendome inocente.