Las agujas del reloj ya no marcan las seis de la tarde. Esas goriosas seis de la tarde, en que tus ojos ya no eran tuyos. Tarde en que me enseñaste ol olor del pasto, y me mostraste el camino correcto.
Camino que recorrimos con indiferencia, como si ya estuviese trazado. Olìamos a inocencia. Disfrutaba el reflejo opaco que se formaba en tu cabello al apagarse la luz del dìa. Algodòn de azucar y garrapiñada, eran la dieta predilecta.
Andabamos de la mano, como si al soltarnos, acabaramos perdiendonos. Ibas dando saltitos, y yo te seguìa con ferviente admiraciòn. Doblabas en calles pequeñas, muchas de ellas cortadas que ni conocìa. Oscuras y silenciosas.
Sonreìas con sugerentes miradas, y aceptabas mis besos pudorosos, con la condiciòn de que mis ojos permanecieran cerrados. Al simple contacto de mis labios, echabas a correr. Siempre a un ritmo lento, permitiendo que te alcanzase. Luego buscabamos alguna avenida grande y luminosa, de esas tìpicas de Buenos Aires. Preferìas Santa Fe a La heras. Nunca te gustaron los generales. Hablabas poco y pausado, pero no puedo recordar tus palabras. Mucho menos tus promesas de amor infantiles. Pero te las creìa, de eso estoy seguro.
Siempre querìas terminar en alguna confiterìa centrica. Te gustaba rodearte de misteriosos personajes e inventarles una historia. Aquel hombre de saco cuadrille, era objeto de tu obsesiòn. Pedro, creo que lo llamabas Pedro. Y tenìa una esposa Regina, un cachorro de Maltès llamado Coco, una hija y un hijo. No sè si alguna vez me dijiste sus nombres. Yo te seguìa el juego, aunque vos te enojabas por que lo considerara asì. Las historias que le asiganabas, eran reales. No tolerabas mi falta de imaginaciòn. Asì definìas mis primeros resquicios de madurez.
Tiempo despuès, al marcharte, me enterè de que tu padre te habìa abandonado al nacer. Quise entender o quizàs pienso que quise, que aquella obsesiòn por Pedro, no era màs que una proyecciòn aniñada de tus deseos y dolores màs profundos. Es entonces que comprendì, que no era mi poca predisposiciòn a soñar lo que te enojaba, sino la frustraciòn que sentìas por dentro.
Recuerdo que cada tarde morìa a las nueve en punto. Ni un minuto màs, ni uno menos, solìa decirnos tu madre. Yo acataba condescendiente, y añoraba el dìa cercano, en que los dìas fuesen solo tardes. Te soltaba la mano antes de llegar. Morìas de verguenza si nos veìa tu madre.
Esas tardes de 1993, fueron sin ninguna duda, las màs memorables y entrañables tardes que un ser pueda jamas añorar. Pero pronto descubrì, que en esta vida, las felicidades màs profundas suelen ser efìmeras, y los dolores màs agudos perduran por años. Esa es la asimetrìa en que vi sumida mi existencia, cuando la tarde del 25 de Marzo de 1994, fui a buscarte ansioso. Lleguè a las cinco de la tarde, y pensè que era temprano. Pero nunca temprano fue tan tarde. El portero me dijo que te habìas ido. Todavìa inocente, preguntè si sabìa cuando volverìas. Todavìa resuena en mis oidos la risa maliciosa del vecino del segundo. Pasaba justo enfrete mio, cuando el portero bien intencionado, me decìa que te habìas mudado, y que tu madre no habìa querido dejar dicho a donde. Creo que estuve una semana sin comer. Pero tenìa tan solo 10 años, y puede que me estè fallando la memoria. Lo que nunca podrè olvidar, es el sabor de las primeras làgrimas de desamor. Dulces por haberte tenido. Agrias por habere perdido. Saladas por no haber tenido la posibilidad de retenerte.
La adolescencia me tomò desprevenido. Las hormonas en alza y la predisposiciòn del feminismo al sexo liberal, hicieron que olvidara la desazòn que causò tu partida. Fueron años agitados, intensos, ràpidos. Seguidos de responsabilidades, matrimonio, hijos, segundos matrimonios, y nuevamente hijos. Cargada de adornos y artefactos, la vida parecìa estar repleta. Y sin embargo, como siempre que uno piensa que alcanza por fin a comprender al menos su pequeña porciòn de existencia, la carencia se hizo cada vez màs evidente. Años de terapia, libros de autoayuda, viajes al extranjero y autos ùltimo modelo. Uno tras otro, fracasaron mis intentos por cubrir el vacìo. Por acallar los dolores que cada tarde a las cinco en punto, me llevan hasta las làgrimas. Finalmente escribiendo estos recuerdos, es como pienso exorcizarme de penas. Releyendo una y otra vez, lo feliz que supe ser. Quedaràn al fin perpetradas, por y para siempre, las tardes màs hermosas. Y ya no volverà a ser efìmera la felicidad. Tendrè siempre tus ojos presente. Al alcance de los mios. Y llorarè. Pero solo de vez en cuando, al entender que ya nunca màs, seràn las seis de la tarde.