Las gotas cayendo en el techo de zinc, redoblando la apuesta. Paga cuatro a uno.
Los que màs, que no tolerarè otro desvarìo. Los que menos, que aùn ven en mi, al potencial salvador.
Si me salvo, los salvo. Diràn que soy de todos, de ninguno, ni de mi. Si me hundo, me hundo yo, mas mìo que mi propio ego mutilado.

Tic...tic...tic. La paranoìa de escuchar a los segundos. El ritmo que marcan las gotas de mis no làgrimas. De la sangre o de la pùs. Una indescifrable mezcla, que supura por una pequeña endija en el cielo razzo. La humedad, compañera de vida, de mi reumàtico orgullo caprichoso. Las marcas del uso, que se acentùan con el transcurrir del desuso posterior.

Tanto pedir a la vida. Tanto rezarle al azar. Suplicar al destino. Creer en dioses, en ritos paganos, o en brujas. Hasta en aforismos. Todo por amor.
Todo por, la falsa excusa, del amor. Del miedo. De la paràlisis , macabra y certera. La que acosa con ponzoña. La que guia los desvìos. O peor, la que no permite desviarse siquiera. Tan solo estancarse, replegarse y, al fin, abandonarse al deshielo de los oleajes ilusorios, de tus falaces decisiones.

Vivir inerte, morir en vida.
Decìa que morìa el dìa que te perdì. El dìa que soñè tu existencia.
Pero nunca vivì, si dejè que te fueras. Si me dejè olvidar. Si nunca existì.