Los ojos pardos, sagaces. Fugaces. La dama de blanco, el alma y el vientre. Las palmas de cobre, maliciosas, codiciosas. Expectantes. Danzantes y escurridizas, se escapan, me atrapan. Me llevan. Me traen. Me dejan.

Los ojos en guerra, desafinando. La melodìa del cuerpo, el deseo de la mediocridad. Salirme de ella. Llevarte conmigo. No comas de mi mano, no las sobras, ni las migajas. Comete la mano, tomame completo.

Los ojos ardiendo, casi felinos. Penetrando el impermeable desasociego, de mi candente celebraciòn. Me arañan, me ajan. Lastiman la piel. Dejando en carne viva, el ser de mi mismo, que solo sabe ser, cuando es para artefacto de tus andares y displaceres. De los caprichos màs urgentes, de las mentiras màs piadosas. Y de las otras tambièn.

Los ojos de nadie, tan mìos. O tuyos? No sabe ser de uno, lo que no se sabe tomar. Tomo por arrebato, arrebato por insolente. Inconsistente, incontinente, la impertinencia y la sabidurìa. La victoria de poseerte, solo cuando te des por vencida. Cuando el ritmo, sea nulo. El tiempo, muerto. El infinito, real, la calle de piedra, y la carne, ya no sea de divàn. Solo ahì te besarè los miedos, las ganas y las sonrisas. Los sacarè despacio, te desvestirè en suspiros, o en esbozos de intenciòn. Me sentarè a la mesa, mirarè la presa. Afilarè el colmillo y serè el plato principal de tu ùltima cena.