Cenaban a las diez, viendo viejas películas de romances en rosa. No es que fueran a re inventar sus inocencias mancilladas, ni siquiera pretendían alimentar sus poesías subversivas. Simplemente se regocijaban recordando la chatez de un mundo visto a través, de los miopes, pero felices, ojos de la niñez. Esa niñez que no sabía de años, ni de vivencias coleccionables. Esa infancia perfecta que se delataba en el brillo con el que los ojos pueden mirar la vida, sin necesidad de un cristal protector, redentor. A simple riesgo de ver belleza, la impavidez de esos ojos, aún puros, les causaban un inmenso placer. Un placer visual, fundido en la tibieza de sus cuerpos entrelazados en el sudor y el vaho de una peripecia conjunta, que recordaba a la inocencia, al amor, a la pureza, a las posibilidade infinitas.

Pero no siempre las noches terminaron en abrazos cálidos, comenzaron a morir en distancias infranqueables. La pequeña cama, como lecho de amor y unión, se convirtió en terreno neutral y divisorio de su campo de batalla. Nuca entendieron si la vista había sido la que empañó sus vidas, o sus visiones se habían empeñado en ensuciarse con el transcurso de la vida misma.

Castigados con la rutina, y mutilándose en cada segundo recorrido, fueron perdiendo los sueños y apagando el incendio de sus ganas. Durante una de las tantas noches oscurecidas, se juraron encontrar la casa de tanta indiferencia. Y recorriendo los pasos hacia atrás, en un ejercicico de dolores y alcoholes a montones, hicieron jirones las cicatrices y re abrieron la historia olvidada. Encontraron un puto punto inconexo en el que el camino se había abierto en dos bifurcaciones. Lucharon con la desidia, y vieron en la lejana memoria, que habían elegido el camino de las vividas cicatrices. Y se preguntaron en un gemido hecho sollozo, que habría pasado, si hubiesen caminado hacia la furibunda y apacible, desvivida soledad. Por más que punzaran sus miedos e inseguridades de otro tiempo, no podrían sabelo.

Y otra vez eligieron remarcar las huellas de los viejos zapatos de cuerina. Y rubricaron el sendero hacia sus antiguas noches de campo en guerra. Maravilladas pupilas y tremulos planes, sonrieron antre las lágrimas que se esperaban por acaparar sus mejillas. Encontraron una película en rosa, que se pegaba en la retina como ese deja vu molesto e inquietante. Pero ya no la veían de vez en vez, la revivían a cada rato jugando a ser protagonistas de su propia vida.