Desgarbada, callada, tímida, quizás temerosa, no era para menos. Mares de sangre y pasiones circulares que laberínticamente se ceñían sobre ella. Un trazo profundo, cúmulo de tintes oscuros que surcaban su cuello. Impregnado de ella, cargaba su esencia y la expandía a su antojo. Más que una marca, más que la representación de deseos efímeros, de caprichos etéreos. La concepción en su todo, el fin, para el cual los medios eran inacabados, un medio para fines mucho más acabados y concisos. La lucha de los instintos y pulsiones por escaparse de su interior, la puerta libidinosa, por la cual emergían y brotaban, se agolpaban y lograban abatir la resistencia de cualquier hombre que fijase su vista en él. Misterioso, simple y complejo a la vez, oculto y visible, como quien se esconde para ser descubierto. Epicentro de muerte y lujuria, por él morían los hombres, por él mataban las mujeres, por él aún muero....