La textura de aquella seda le había extasiado. La suavidad que penetró sus poros lo mantenía sedado, una rara sensación de volatilidad le envolvía. Sentía su cuerpo levitar, como si flotara por la habitación. El ambiente cálido, el té de frutas rojas y el cigarro, una combinación perfecta que lo sumergía en un mundo apacible y apagado. Las brasas crujientes alimentaban un fuego tenue que iluminaba lo justo y necesario. Una penumbra deliciosa, que acariciaba sus ojos y limpiaba las imagenes difusas de aquel recuerdo ingrato. El silencio retumbaba entre las huecas paredes de yeso acartonado. Pensaba en los tabiques blandos que lo cubrían del exterior, luego ya no pensaba.
Tuvo la ilusión de haber recorrido ese lugar infinitas veces, pero aún conociendolo de memoria, se sorprendía y exitaba en cada viejo recoveco. El reloj de pared latía pausadamente, sacudía una continuidad que sólo se exaltaba con cada gemido de aquella colcha almidonada. Una vela emanaba ese olor, lo abrazaban los petalos de alguna extraña flor que no lograba descifrar. Quizá un aceite natural, alguna crema tal vez? No lo sabía, pero en sus fosas nasales se generaban orgásmos tan solo al contactar con aquel aroma.
Luego una superficie rugosa, humeda y caliente, un nectar incoloro que entrecortaba su respiración, el terreno se volvía blando y tibio, a medida que avanzaba. Una almohada, tal vez, pero la adrenalina que lo agobiaba y el sudor tibio en las palmas de sus manos le decían que no era tal objeto. Allí se quedó, decidió frenar en ese último hueco y descansar. Ese, el sitio donde siempre había deseado estar, y no sabía cual era, mas lo sentía. El latido del reloj se profundizaba en aquel punto, ese terreno baldío en el cual su cara reposaría por siempre. Una llanura frágil, donde la eternidad sería protegida por aquellas huestes más altas y sensibles.
Dejó caer la bata, se dejó caer el mismo, se hundió en una prolongada pausa de sentidos. Y no vio más, no oyó, ni tocó más nada, solo se limitó a beber ese abrazo tierno y saborear el candor fugaz de ese sitio misterioso...antes de dormirse, descubrió donde estaba...
...y se dejo abrazar eternamente por aquel pecho conocido en el que había sabido ser feliz...
Tuvo la ilusión de haber recorrido ese lugar infinitas veces, pero aún conociendolo de memoria, se sorprendía y exitaba en cada viejo recoveco. El reloj de pared latía pausadamente, sacudía una continuidad que sólo se exaltaba con cada gemido de aquella colcha almidonada. Una vela emanaba ese olor, lo abrazaban los petalos de alguna extraña flor que no lograba descifrar. Quizá un aceite natural, alguna crema tal vez? No lo sabía, pero en sus fosas nasales se generaban orgásmos tan solo al contactar con aquel aroma.
Luego una superficie rugosa, humeda y caliente, un nectar incoloro que entrecortaba su respiración, el terreno se volvía blando y tibio, a medida que avanzaba. Una almohada, tal vez, pero la adrenalina que lo agobiaba y el sudor tibio en las palmas de sus manos le decían que no era tal objeto. Allí se quedó, decidió frenar en ese último hueco y descansar. Ese, el sitio donde siempre había deseado estar, y no sabía cual era, mas lo sentía. El latido del reloj se profundizaba en aquel punto, ese terreno baldío en el cual su cara reposaría por siempre. Una llanura frágil, donde la eternidad sería protegida por aquellas huestes más altas y sensibles.
Dejó caer la bata, se dejó caer el mismo, se hundió en una prolongada pausa de sentidos. Y no vio más, no oyó, ni tocó más nada, solo se limitó a beber ese abrazo tierno y saborear el candor fugaz de ese sitio misterioso...antes de dormirse, descubrió donde estaba...
...y se dejo abrazar eternamente por aquel pecho conocido en el que había sabido ser feliz...