Mañana soleada en la ciudad de los Buenos Aires, aún no los percibo enviciados y no los imagino venenosos. Juego placentero y rutinario, arenero movedizo, tobogán de madera, sube y baja, que gran invento, olores imborrables, plastilina y temperas varias. Cartulinas, pasadas de moda y reemplazadas por la goma eva que parece ser el símbolo de la flexibilidad en los manejos sociales, reflejado en la más tierna edad. Todo es manipulable, desde que aprendemos a atarnos los cordones, pero este post no viene a eso, este post es para mi memoria.
Junto mi cuaderno, azul en esa salita de 5 inocentes años, sala de barriletes para ser más preciso, aprendiendo a volar al compás de los juegos y la interrelación sociabilizadora con los mocositos de Infantes. Delantal a cuadros celeste y blanco, mochilita en los hombros, zapatillas blancas, puras, remera verde musgo y shortcito negro!!! Pucha que memoria imborrable!
Viaje tranquilo, soñando despierto, imaginando el más allá desde la ventana transparente inalcanzable de aquella traffic blanca. Lucrecia! Ella manejaba y nos llevaba y traía del jardín, peor ese día no estaba ella, ese día no era normal, todo se hizo confuso, grisáceo y surreal. Un chofer atento, nos cuidaba y vigilaba, quizo ser capaz, pero no puso frenada...mi desplazar fue lento, o asi lo recuerdo, pero el impacto no tiene sentidos, no recuerdo olores, ni sonidos,no hay imagen de aquel metal que separaba el asiento delantero con mi aposento en la parte posterior, no hay recuerdos de aquel golpe, pero hay secuelas que lo confirman.
Zapatillas rojizas, impuras de dolor, el llanto brota solo y se esparce a mi alrededor, remera negra hace juego con el short, mi frente se hizo añicos y brilla en el resplandor.
Dos niños, aún más inocentes que su interlocutor ríen nerviosamente, no los comprendo, no los escucho, me pierdo en mi susto, me ahogó en mi sollozo partido. Cruzo obligado, impulsado por un brazo ajeno, entro a la fortaleza del terror, el Hospital Rivadavia. Estaba situado enfrente de mi casa, lo veía desde mi balcón, lo imaginaba inmenso, frío y repleto de sufrir, y lo encontré tal cual, aunque con los años la sociedad me permita digerirlo y sentir el dolor como algo racional. Gente enyesada, jeringas y gasas, agua oxigenada, olor a descartables, todo muy bonito, pero quiero ir a mi casa!!!
Mis padres me trasladan y me hacen suturar, la herida que he forjado jamás se borrará, la cargo con orgullo, más no puedo entender, lo fresco del recuerdo como si hubiese sido ayer...

Para más datos: La herida se produjo en la frente, en la parte superior de la misma en el nacimiento capilar, más de 100 puntos me suturaron y recompusieron las ataduras, pero no me devolvieron la cordura!...Creo que si detienen la vista en la foto, habrán de ver la herida aún brillante como marca de que existió aquel recuerdo que no puedo borrar...