Cuando era soñador, me sumiste en el infierno de las pesadillas.
Pesadillas que a la postre, devinieron en insomnio.

Un insomnio que hizo huella, y entre muecas se hizo polvo.
Que generò de sus oscuras entrañas, la luminaria salida hacia el sueño apacible.

Un sueño apacible, que engendraba fantasìas onìricas, para devolver al soñador soñado.
Un soñador soñado, que sueña que quien lo sueñe, sepa despertar a tiempo.

Y te despertàs agitada. Y me llamàs en penumbras, para que acaricie tu ayer, con caricias de pasado mañana.

Paradojas de un tiempo sin tiempo, de historias nuevas, de pasados viejos o de un presente que no sabe como avanzar hacia adelante, porque siempre estàs vos dos pasos despuès.

La ironìa se atraganta, cuando es tu pesadilla, la que resucita mis miedos, y me deja soñando de dìa, con las noches que olvidamos.
Noches que pasaron, noches que se fueron. Noches que dìas, noches que vendràn.




Había olvidado esa voz...
Con su agudo registro, con su temple invariable, y su dulzura intransigible.

Había olvidado esa voz...
Con los reclamos eternos, los sollozos de amor y los caprichos que añoro satisfacer.

Había olvidado esa voz...
Con sus suspiros suplicantes, arañantes, que me dieron vida en un gemido.

Había olvidado esa voz...
Con su NO más violento, fecundando el olvido, el destierro, el hastío.

Había olvidado el esa voz...
Con ella el quebranto de los sueños, el dolor y las promesas que no supimos cumplir.

Había olvidado esa voz...
Con los silencios en punta, con sus hielos desmedidos, con sus odas al pesado pasado.

Había olvidado esa voz...
Y con ella a vos, y con vos a la agonía de saber que existís.

Había olvidado esa voz...
Con las risas contagiosas, con la esencia reticente a dejarse olvidar.

Había olvidado esa voz...
O creía haberla olvidado.

Pero la sonrisa de un amanecer soleado no me deja mentir. Ni asentir, ni negar, ni denegarle al pasado, que me someta a un repaso. Que una vez más nos cuenta, a colación y como corolario, que soy hoy lo que nunca conociste. Pero que tu voz, saca esa parte de vos, que aún se refleja en mi.
Y es que siempre, va a quedar ese espacio que dejaste. El vacío más pequeño. Porque ya no duele, pero tampoco necesita ser rellenado. Yace en él, atesorado, el agridulce sabor de haberte amado, pero sobre todo, el haber sido amado con el amor más inocente.




Para los que están completamente colgados!

NO ME CASO NI EN PEDO!!!

Que carajo les pasa???




Dos menos diez. Miro el reloj en un acto reflejo, impulsivo. Inevitable. Giro mi cabeza de izquierda a derecha, simulando casualidad. Es un gesto típico en mi, cuando los nervios empiezan a licuarme la paciencia y el pulso. Lo repito unas tres veces antes de pestañear, como quien no quiere la cosa, y después juego con la muñeca de la mano izquierda. La hago girar una y otra vez, como un bebe que descubre el perfecto vaiven de las articulaciones por vez primera. Un chasquido suave con la mano derecha, dos pitadas cortas conteniendo el humo, y un suspiro lento, relajante, final. Otra pitada, y otra. Y una más, pero esta vez más profunda, más intensa. Reduciendo el tabaco a cenizas, imaginando que fuera mi vida, la que se muere en el cenicero.

La espera que lastima, que acentúa las posibilidades. Una respuesta definitiva, un si que afirme todo, o un no que lo detone. Algo. La hiriente necesidad de certezas que no se saben ciertas, o una mentira que simule serlo. Se agitan los miedos del futuro inmediato, que sabrán condenarme a la eterna congoja. O me harán feliz por siempre? Por siempre. O por diez minutos al menos.

Si mi vida vale la pena, o si el suicidio es una buena posibilidad. Si me creo capaz de todo lo que sea posible o la nada es el camino más corto hacia el exito del fracaso. No es eso, acaso, el triunfo de un fracasado? Fracasar y consumar así, dando por finalizado, o elaborado momentáneamente, el fin de su propio existir. El sometido cometido de sus actos, o el inexorable destino de su propio ser?

Yo sé llorar, patalear, hacer berrinches y sentir que nada podría ser peor. Me sale bárbaro. Es inherente a mi condición de víctima social. Pero no me pidan que festeje y sea feliz. No quieran que sonría y haga muecas que denoten satisfacción, felicidad. Ser feliz implica responsabilidad, hacerse cargo, disfrutarlo, estar presente, ponerle el pecho y decir gracias quizás.
En cambio el infeliz puede relajarse, contraer los brazos, fruncir el entrecejo y dedicar el tiempo que le quede a "dejarse estar". Eso es vida!

Y ahí estás vos. Mirando implacable, qué te creés qué sos? La parca infalible? No señora eh. Pero te parecés bastante, con tu imperturbable carita de nada. De nada bueno, por supuesto! Trayendo una respuesta lacónica, nada de salirme con un ni o un no se, carajo. Que ya no somos dos nenes de primario, ni yo voy a estar siempre acá para cuando quieras decidirte vos. O quizás si, pero no tenés porque saberlo.

No somos dos nenes de primario, eso está claro, pero parezco che. Será posible, todo grandote y con bigote ya, temblando y transpirando por una huevada así. Como cuando era el último en el pan y queso, y mi destino irremediable era el arco.
Con suerte el arco, en realidad. Podían mentirme fácilmente, convencerme de que fuese el arbitro, el paladín de la justicia y que, sin mi, el partido no podría llevarse a cabo. Yo sabía que no era cierto eh. Pero les seguía el juego y ponía cara de malo. Siempre el puchero fue mi mejor perfil. Y después contaba en casa como había expulsado al "Moncho" Pelisari, hijo primogénito del comisario. Porque afuera de la cancha yo era el gordito salame quizás, pero adentro, ahí en el barro, era el que decidía. Oh si. Ese era yo. Quien iba a contradecir al que podía echarlo? Solo ese Moncho altanero, o vos. Pero vos qué te crés que sos? A mi ni fu ni fa tu respuesta. Al fin y al cabo qué es una decisión asi?, no es que sea...

-Si Gordito, obvio que quiero casarme con vos!

Dos menos diez. Miro el reloj en un acto reflejo, impulsivo. Inevitable. Giro mi cabeza de izquierda a derecha, simulando casualidad. Miro el cenicero vacío, y el cigarrillo apagado, metáfora de mi vida que no ha comenzado. Sonrío y suspiro relajado. Me relajo y sonrío plácidamente, como quien se sabe vencedor. Vencedor y vencido. Voy soñando esa vida amena, cálida y llena de infelicidad. Una vida en la que por fin voy a poder hacer lo que más me gusta, eso para lo que soy el mejor. Lamentarme y blasfemar. Quejarme y hacer nada. Dejarme llevar por la agonía y saber que nada, ni nadie, va a a pretender que yo, siendo argentino y casado, cargue encima, con la responsabilidad de ser feliz.