La nube de arena entre una brisa tenue y una ráfaga violenta. La calidez de un mar frío en la piel curtida por el sol. El silencio agrietando el alma, y llevando tranquilidad hasta el resquicio más profundo de cualquier atribulado ser. El cielo inmenso que cala hondo en los huesos. Las voces pequeñas de los que no dicen nada y lo saben todo. Las caricias que solo unas pocas miradas saben dar. Las marcas de la naturaleza en el andar cansino, y la parsimonia del natural en el ser sin parecer. Los ecos flotando entre ambas orillas.
Existe la nada. Existe el todo. Y ambas cosas son exactamente lo mismo, la nada y el todo, indivisibles en su infinitud. Existe el silencio, porque existe el oido que sepa captar su cantar. Existe todo aquello que sepamos abrazar. Y existe la luz, así como la oscuridad. Pero hay un lugar donde no existe la luz, donde no existe la oscuridad. Un lugar en donde todo lo que existe -y se conoce- es la "no-luz". Una "no-luz" que abrasa y penetra. Que carcome los miedos y los vuelve chiquitos. Que se cuela entre los poros y hace respiración boca a boca. Que da los primeros auxilios para devolver la vida. Para despertar. Que desviste y reposa en la desnudez de los prejuicios más íntimos. Para dormir. Ilumina los rincones más ocultos, y opaca los falsos brillos. Da sentido a las risas y a las lágrimas, y sentido incluso, a los sinsentidos.
Allí las espaldas se quiebran en la ondulación del terreno, para erguirse solamente ante la inefable perfección del cosmos. Sea lo que sea que ello signifique. Las palabras se disuelven en la mente, y ese espacio vacío se empieza a cubrir de letras sueltas que se anidan unas con otras conformando nuevos conceptos, nuevas ideas que jamás habían sido concebidas. Verdades que mentiras y se presentan como certezas. Polvo de estrellas.
Sabor a vida, y sobre todo, muchísimo polvo de estrellas...
Existe la nada. Existe el todo. Y ambas cosas son exactamente lo mismo, la nada y el todo, indivisibles en su infinitud. Existe el silencio, porque existe el oido que sepa captar su cantar. Existe todo aquello que sepamos abrazar. Y existe la luz, así como la oscuridad. Pero hay un lugar donde no existe la luz, donde no existe la oscuridad. Un lugar en donde todo lo que existe -y se conoce- es la "no-luz". Una "no-luz" que abrasa y penetra. Que carcome los miedos y los vuelve chiquitos. Que se cuela entre los poros y hace respiración boca a boca. Que da los primeros auxilios para devolver la vida. Para despertar. Que desviste y reposa en la desnudez de los prejuicios más íntimos. Para dormir. Ilumina los rincones más ocultos, y opaca los falsos brillos. Da sentido a las risas y a las lágrimas, y sentido incluso, a los sinsentidos.
Allí las espaldas se quiebran en la ondulación del terreno, para erguirse solamente ante la inefable perfección del cosmos. Sea lo que sea que ello signifique. Las palabras se disuelven en la mente, y ese espacio vacío se empieza a cubrir de letras sueltas que se anidan unas con otras conformando nuevos conceptos, nuevas ideas que jamás habían sido concebidas. Verdades que mentiras y se presentan como certezas. Polvo de estrellas.
Sabor a vida, y sobre todo, muchísimo polvo de estrellas...