El ser humano tiene miedos. Está compuesto de ellos.
Su existir se divide en dos opciones, utilizarlos como motores de su actuar, o como excusas de su parálisis. Lo cual, de cierta forma, es una paradoja inevitable, actuar...no actuando.
Confundimos eso y creemos que no produce nada. Nos engañamos al creer, que podemos evitar lo inevitable. Predecir lo impredecible. Ufanándonos de no desencadenar un sinfin de hechos inciertos. Porque así estamos bien.

Podríamos estar mucho mejor...

Tengo una visión espejada. Contrastes de dos vidas aparecen y desaparecen, se tiñen de horizonte meridional. Hacia allá, o hacia más allá, verdes que se vuelven azules, o grises que arañan el negro.

La garganta pronuncian un nombre, o se ahueca en el infierno del silencio.
Ojos negros, con las profundidades más claras. Más apacibles. Seres sin ojos, mares de viento.
Patear esa piedra o tirarla al desierto. Patearla y ser esclavo de su recorrido, o acaso esclavo de su libertad.

Cuento minutos de un reloj ajeno, de existencias alquiladas en piezas de algún hotel. De hoteles de mala muerte, donde descanso en pechos ajenos. Donde me escondo de mi propio ser. Y las lágrimas invisibles, empapan mi soledad. La recorren desde sus cimientos, la envuelven en la desidia absoluta. En la falta de palabras. De gestos. De miradas.

Corro. Corro tan rápido, con tanta vehemencia. Huyo a rincones de inercia encubierta, y no veo senderos señalizados, ni destinos que nos encuentren. Me quedo sentado, y veo como todo pasa. Y cuando todo ya ha pasado, veo que involuntariamente, cavé la fosa de mi propio entierro. Me veo sentado, tranquilo. Sereno, o angustiado. Sentado apaciblemente. Llorando la mueca triste del desplante que no llegò. Sentado, anudado al piso firme. Sentado con certezas. Con dolores. Aterrado.

Olvidar es, tambièn, asumir que hemos avanzado. Hacia atrás o hacia adelante, pero sin caminos de regreso.