El paso del tiempo hace del desamor una experiencia compleja. Una foto nostálgica, una porción de vida recortada en el tiempo. Un correr dinámico de momentos, pero eternizado en una instantánea. Etiquetado. Color sepia. Rotulos de épocas, de vivencias, de dolor. De lágrimas que llevan nombre, apellido y hasta el color de los besos.

Ayer no alcanzaban los tangos para expresar tal angustia. La semejanza entre una película sentimentaloide y la propia existencia nos volvía banales, comunes, insatisfechos. Nos convertíamos en aquello que no queríamos ser. En dos amantes sin amor. En dos cuerpos inertes con sus respectivas almas desalmadas y a destiempo. Siempre a destiempo.

Hoy somos otros y nos hablamos como si fuésemos los de antes. Nos hablamos con la ilusa esperanza de ser escuchados con aquellos oídos impolutos de un febril amor adolescente. Nos dejamos llevar por una conversación anacrónica que guarda resabios de confianza y complicidad. Sabemos que no podemos ir más allá de eso. O al menos yo lo sé...y te lo digo. Y nos reímos, o me rio yo nomás, porque es como jactarnos de superar el desamor que nos unió por tanto tiempo. Aún más tiempo que el amor que nos tuvimos.

Y, aún así, te voy a seguir recordando con un café en la mano, con la lluvia atrás del ventanal y la nostalgia en sepia. Siempre.