Tardé muchísimo...pero porque la respuesta me sobrevino así, como ráfaga de sabiduría. Y nada más bello que saber por propia experiencia.

Perdí el enamoramiento, lo dejé atado a un montoncito de recuerdos y desvaríos ya impenetrables. Quedó adormecido en el añejo día a día. En los besos apasionados, en los calores ardientes. Quedó calado bien hondo en la memoria, en las vivencias acaecidas, y en las lágrimas que supimos llorar. Y sin embargo te quiero...

Este amor, que no es compuesto por la mera irracionalidad y la fascinación idealizadora de entonces, es genuino. Es un sentimiento puro, librado del embriagador enamoramiento que tan bien se complementa con el enceguecimiento obsecuente. Y amar, pero amando a pesar de los errores, los defectos, y lo "malo" que ahora sabemos ver, es amar positivamente.

Y si bien todos sabemos que los amores de cuento, de hollywood y aledaños, no son reales. Resurge la duda que me clavo en forma autónoma, al ver tus ojos, preguntandome si soy yo el que te quiere, o es algo imposible el no quererte. Lo que sea que fuere que sea, ha de ser, y negarlo no hace más que enquistarlo en mis imposibilidades de superación.

Pues entonces que así sea...que no hayan reparos en asumirse endeble, y que medio paso atrás, es un envión hacia el fin y el avance contínuo. Aún sin conocer el destino al que me aproxime.

* Responde a una pregunta posteada por Blueberries Angel el 23/05/06, la cual no linkeo, por:
a) Paja exhuberante.
b) Ella me ama igual (?)




...a vos que no lo vas a leer.

No te pasa a veces, muchas veces, que sentís a la vida como una escalera. Como si fuera un continuado de escalones, algunos más altos, otros más bajos. Escalones arduos y prolongados, y otros levemente marcados, efímeros. Y a pesar de que te empeñás en situarte en cada peldaño como si fuese el final de la carrera, no llegás nunca a sentirte a gusto y seguís avanzando. Un avance pausado, parejo, pero certero. Guiado por la incertidumbre, pero con la esperanza de que al terminar la escalera, llegás a la cima. Una cumbre difusa, hermosa, desde la cual te arrojás al abismo del que nunca volverás. Así siento mi vida respecto a vos. Como una interminable seguidilla de obstáculos. Que a pesar de mis intentos por disfrutarlos como si fuesen fines, no son más que medios y artilugios para llegar a vos. A vos que sos mi cima. A vos que sos mi abismo.




Imaginate que cerràs los ojos. Los cerràs bien fuerte, ahuecando la mente para no pensar en nada.
Imaginate que justo en el centro de tu no mirada, ves un punto claro, una luz, un camino.
Imaginate que lo seguìs, que te dejàs llevar por alguna especie de inercia ineludible.
Imaginate que llegàs a una especie de tunel, pero no cualquier tunel. Uno que se extiende infinitamente, que abarca tu complejitud espacio temporal en forma completa.
Imaginate que no tiene puertas de entrada, màs allà de ese punto, y que no tiene puertas de salida. Que te abraza y te retiene, con la misma fuerza con la que te repele.
Imaginate que te abriga en forma agradable, sin sofocarte, pero sin dejarte ir.
Imaginate que no lo buscabas, que no lo conocìas, que no sabes como demonios llegaste allì, y que por sobre todas las cosas, no podes querer salir.
Imaginate que sos feliz en una forma embriagadora. Un vaho agridulce te envuelve en un sopor maravilloso.
Imaginate que los placeres jamàs pensados, o jamàs soñados, confluyen allì.
Imaginate completo. Con toda la inmensitud que eso representa.
Imaginate niño inocente, y adulto responsable de tu inocencia.
Imaginate aplacando la sed, calmando tu hambre, y bebiendo la vida desde donde ella surge y hacia donde ella va cuando termina.
Imaginate que descubriste lo que anhelaste, lo que siempre quiciste aùn sin saberlo, lo que siempre añoraràs.
Imagina que lo tenès todo, y un poco màs.

Ahora abrì los ojos.

Imaginate que eso que nunca osaste querer siquiera, no existe en la realidad.
Imaginate corriendo sin destino alguno, sin rumbo, perdido.
Imaginate que deseàs cerrar los ojos, pero que no encontràs el tunel.
Imaginate que entendès de una vez, todo lo que necesitàs aquella imagen, que parece no existir en el mundo de los ojos abiertos.
Imaginate que ya nunca querràs nada como esa inexistencia oscura y luminosa a la vez.

Imaginate, entonces ahora, como me duele saber que ya no sos, que ya no estàs màs que en una vieja cavilaciòn de un soñador.
Imaginate, entonces ahora, como voy a hacer yo, para mantenerme despierto, si tan solo quiero soñarte una vez màs. Ser feliz, o no ser màs.




Cuando el ardor empieza en el pecho, pero del lado de adentro, estàs completamente entregado.
Entregado, y a merced de los caprichos del azar. Si el azar, tiene ademàs forma de mujer, no hay salida posible. O no hay posibilidad de escaparse.

Uno puede huir de casi todo, y de todos, pero jamàs de sus propias sensaciones, emociones y contradicciones. Son las que modelan y dan forma, a las actitudes y ànimos de cada ser. Cada uno posee un caracter, una predisposiciòn amorfa a ciertas tendencias. Pero siempre depende de los ojos ajenos, para completarse y configurarse, en alguna acciòn visible. Palpable.

Parece imposible evitar lo que nos envuelve. No somos capaces de manejarlo, y debemos abdicar ante lo inevitable. Allì radica la fuerza motora de todo. El miedo. Con su adrenalina, con sus paralisis y su dialectica del ser, como reflejo del hacer y del no hacer. No temo al temor, si soy capaz de asumirlo. Pero asumir no es tan solo, ver el origen y los opcionales caminos decisorios. Es algo mucho menos definible, pero mucho màs acabado.

Nada es tan gratificante, como el obrar en consecuencia con los ardores de uno mismo. Que los recibe en forma inesperada, pero los acata como normas o leyes divinas. No hay un catalogo, no hay un orden predeterminado, ni mucho menos, una guia del buen obrar. Ni siquiera està escrito, que el buen obrar es aquel que nos guie por un supuesto buen camino. Tan solo es una suposiciòn, la que me lleva a pensar, que atendiendo a los sentimientos que me sobrevienen, puedo ser màs real para mis interlocutores.




Las agujas del reloj ya no marcan las seis de la tarde. Esas goriosas seis de la tarde, en que tus ojos ya no eran tuyos. Tarde en que me enseñaste ol olor del pasto, y me mostraste el camino correcto.
Camino que recorrimos con indiferencia, como si ya estuviese trazado. Olìamos a inocencia. Disfrutaba el reflejo opaco que se formaba en tu cabello al apagarse la luz del dìa. Algodòn de azucar y garrapiñada, eran la dieta predilecta.
Andabamos de la mano, como si al soltarnos, acabaramos perdiendonos. Ibas dando saltitos, y yo te seguìa con ferviente admiraciòn. Doblabas en calles pequeñas, muchas de ellas cortadas que ni conocìa. Oscuras y silenciosas.
Sonreìas con sugerentes miradas, y aceptabas mis besos pudorosos, con la condiciòn de que mis ojos permanecieran cerrados. Al simple contacto de mis labios, echabas a correr. Siempre a un ritmo lento, permitiendo que te alcanzase. Luego buscabamos alguna avenida grande y luminosa, de esas tìpicas de Buenos Aires. Preferìas Santa Fe a La heras. Nunca te gustaron los generales. Hablabas poco y pausado, pero no puedo recordar tus palabras. Mucho menos tus promesas de amor infantiles. Pero te las creìa, de eso estoy seguro.
Siempre querìas terminar en alguna confiterìa centrica. Te gustaba rodearte de misteriosos personajes e inventarles una historia. Aquel hombre de saco cuadrille, era objeto de tu obsesiòn. Pedro, creo que lo llamabas Pedro. Y tenìa una esposa Regina, un cachorro de Maltès llamado Coco, una hija y un hijo. No sè si alguna vez me dijiste sus nombres. Yo te seguìa el juego, aunque vos te enojabas por que lo considerara asì. Las historias que le asiganabas, eran reales. No tolerabas mi falta de imaginaciòn. Asì definìas mis primeros resquicios de madurez.
Tiempo despuès, al marcharte, me enterè de que tu padre te habìa abandonado al nacer. Quise entender o quizàs pienso que quise, que aquella obsesiòn por Pedro, no era màs que una proyecciòn aniñada de tus deseos y dolores màs profundos. Es entonces que comprendì, que no era mi poca predisposiciòn a soñar lo que te enojaba, sino la frustraciòn que sentìas por dentro.
Recuerdo que cada tarde morìa a las nueve en punto. Ni un minuto màs, ni uno menos, solìa decirnos tu madre. Yo acataba condescendiente, y añoraba el dìa cercano, en que los dìas fuesen solo tardes. Te soltaba la mano antes de llegar. Morìas de verguenza si nos veìa tu madre.
Esas tardes de 1993, fueron sin ninguna duda, las màs memorables y entrañables tardes que un ser pueda jamas añorar. Pero pronto descubrì, que en esta vida, las felicidades màs profundas suelen ser efìmeras, y los dolores màs agudos perduran por años. Esa es la asimetrìa en que vi sumida mi existencia, cuando la tarde del 25 de Marzo de 1994, fui a buscarte ansioso. Lleguè a las cinco de la tarde, y pensè que era temprano. Pero nunca temprano fue tan tarde. El portero me dijo que te habìas ido. Todavìa inocente, preguntè si sabìa cuando volverìas. Todavìa resuena en mis oidos la risa maliciosa del vecino del segundo. Pasaba justo enfrete mio, cuando el portero bien intencionado, me decìa que te habìas mudado, y que tu madre no habìa querido dejar dicho a donde. Creo que estuve una semana sin comer. Pero tenìa tan solo 10 años, y puede que me estè fallando la memoria. Lo que nunca podrè olvidar, es el sabor de las primeras làgrimas de desamor. Dulces por haberte tenido. Agrias por habere perdido. Saladas por no haber tenido la posibilidad de retenerte.
La adolescencia me tomò desprevenido. Las hormonas en alza y la predisposiciòn del feminismo al sexo liberal, hicieron que olvidara la desazòn que causò tu partida. Fueron años agitados, intensos, ràpidos. Seguidos de responsabilidades, matrimonio, hijos, segundos matrimonios, y nuevamente hijos. Cargada de adornos y artefactos, la vida parecìa estar repleta. Y sin embargo, como siempre que uno piensa que alcanza por fin a comprender al menos su pequeña porciòn de existencia, la carencia se hizo cada vez màs evidente. Años de terapia, libros de autoayuda, viajes al extranjero y autos ùltimo modelo. Uno tras otro, fracasaron mis intentos por cubrir el vacìo. Por acallar los dolores que cada tarde a las cinco en punto, me llevan hasta las làgrimas. Finalmente escribiendo estos recuerdos, es como pienso exorcizarme de penas. Releyendo una y otra vez, lo feliz que supe ser. Quedaràn al fin perpetradas, por y para siempre, las tardes màs hermosas. Y ya no volverà a ser efìmera la felicidad. Tendrè siempre tus ojos presente. Al alcance de los mios. Y llorarè. Pero solo de vez en cuando, al entender que ya nunca màs, seràn las seis de la tarde.